Cambiar Barcelona sin dialogar con la ciudad

El balance de Ada Colau al frente de la alcaldía de Barcelona sigue suscitando controversia. Sufre, en cierta manera, del mismo sesgo que caracterizó un modo de gobernar presidido por la idea de cambiar la ciudad, pero sin apurar el diálogo con todos sus ciudadanos. A ello contribuye el que Colau no haya aprovechado el último año y medio -desde que perdió las elecciones- para formular una revisión crítica de su obra. Esta falta de autocrítica volvió a estar presente, ayer, en su discurso de despedida del consistorio, cuando volvió a arremeter contra las élites de Barcelona. En vez de discernir entre las propuestas suyas que concitaron suficiente adhesión de las que suscitaron una amplia oposición, la exalcaldesa prefiere sostener que si las cosas no salieron mejor fue por la oposición de los poderes económicos que le interpusieron numerosas y poco fundamentadas querellas.

Cuando asumió la alcaldía, Colau acertó en identificar algunos de los problemas que cuestionaban un crecimiento sostenible para Barcelona. Sin embargo, el balance de su gestión pone de manifiesto que en política -sobre todo en el ámbito municipal-, detectar los retos no siempre es sinónimo de encontrarles la solución más adecuada. Aquella capaz de arbitrar los recursos y los consensos necesarios. De no ser así, de poco sirve el diagnóstico. Es más, todo es susceptible de empeorar, como ocurrió con el acceso a la vivienda, el 'overbooking turístico', o la seguridad ciudadana, durante sus 3.423 días de gobierno.  

Su llegada a la alcaldía será recordada siempre como la de la primera mujer que ha ejercido este cargo, y también como una expresión de la ola de protesta que barrió el país tras la crisis del 2008. Este doble significado suponía una gran responsabilidad que ella y su formación política no siempre supieron gestionar. En términos de inversiones, los barrios más necesitados contaron efectivamente con un esfuerzo que compensaba un déficit histórico. Aunque lejos de esa gran revolución que supuso el urbanismo de los primeros años de la, ahora, denostada Transición. 

La voluntad de Colau de vincular el futuro de la ciudad a la perspectiva de un desarrollo verde era, y sigue siendo, un objetivo necesario. No obstante, la implementación polémica de algunas de las medidas presentadas como el símbolo de una nueva Barcelona confirman que todo cambio debe tener en cuenta los efectos colaterales indeseados. Algo parecido ocurrió con la vivienda, donde el aumento de la promoción pública no fue suficiente para incidir en unos precios del alquiler que siguen expulsando a muchos jóvenes de Barcelona. Por otra parte, condicionada probablemente por sus orígenes, Colau nunca se percató de que los barrios con menos recursos son los que más padecen el deterioro de la seguridad ciudadana. 

Ada Colau sigue siendo una política relevante para el espacio político que contribuyó a poner en pie. Hoy, ni los Comuns en Catalunya, ni Sumar en el resto del Estado, pasan por su mejor momento. Pese a ello, la exalcaldesa ha decidido, legítimamente, poner tierra de por en medio y dedicar un tiempo a dar clases en la universidad de Milán. Aunque sea una decisión difícil de envolver de épica. El tiempo será precisamente el que dirá si, en 2027, vuelve a ser la mejor candidata de su partido después de no haber sido, durante el más de medio mandato que falta, ni voz de la oposición ni socio de Gobierno.