Maruja Torres: la guerra por la vida

El lunes se cumplirá un año del ataque terrorista de Hamás a Israel. Con él volvió a empezar todo. Las razones están en la historia. Las consecuencias, en los titulares diarios que siguen describiendo un proceso de amenazas, destrucción y muerte sin fin. Ahí quedan los hechos y su demostración palpable: todos se afanan en ganar batallas pero nadie en ganar la paz.

Teresa Gómez lo sabe porque lo sufre desde hace cuarenta años. Los mismos que, por amor, la llevaron a vivir al país de su marido para acabar acostumbrándose a la guerra y adaptándose a los constantes límites que esta impone. Así lo admitía en RNE pocas horas antes de ser repatriada a España. Atrás ha dejado un Líbano atacado por tierra y aire. Un Estado fallido que, buscando nuestras cansadas miradas, ha provocado que, a su vez, las desviáramos de Gaza, donde el horror no cesa y todo cada día es peor que el anterior. Como Siria, país del que ya hemos perdido la cuenta de los años que lleva destruyéndose y que ahora ha vuelto a concitar el interés de los bombardeos de Netanyahu porque, como Hamás y Hizbulá, también recibe ayuda de Irán, el gran enemigo.

Es tanta la impotencia por tanta guerra que una mínima necesidad de supervivencia parece abocarnos a reducirlas a una sola. La última. Pero el resto, las anteriores, siguen ahí. Ucrania, sin ir más lejos. Para tranquilidad de Putin y desesperación de Zelenski, que sigue levantando la mano para pedir la palabra intentando hacerse oír, ofreciendo antes del crudo invierno que se le avecina una propuesta que titula para la victoria pero que analistas internacionales interpretan como la posible aceptación del acuerdo que antes rehusó.

Pretender narrar la complejidad de lo que sucede a veces hace correr el riesgo de perderse en un laberinto de pasiones. Por eso, recurrir a la anécdota, a los hechos menores pero contrastados, ayuda a entender la dimensión de una realidad que siempre se escapa a las mejores intenciones. Y en esto, la reina es Maruja Torres. La mujer que, practicándolo, se convirtió en la periodista que quiso ser, en la reportera que lo intentó, en la novelista que aspiró y en la persona decidida, provocadora, desenfadada y libre que deseó.

María Dolores Torres Manzanera (Barcelona, 16 de marzo de 1943), Maruja para el mundo, acaba de publicar 'Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo' (Ed. Temas de hoy). Que el título y su lanzamiento coincidan con el recrudecimiento de la situación en Oriente Próximo que tanto conoce no debe confundir al lector. Y aunque rememora pinceladas de su reporterismo de guerra y evoca su pasión por el Líbano, los desaparecidos a los que se refiere son sus amigos del alma que la han ido abandonando y cuya memoria la invita a revertir su dolor en una celebración de la vida como la siente “aunque sea jodidamente corta, incluso cuando más se prolonga”.

Sin renunciar a su infinita capacidad de dibujar la sonrisa que la caracteriza, incluso la carcajada que la diferenció desde sus principios, Maruja Torres desnuda los pensamientos que la acercan a su final y encadena reflexiones tan personales como transferibles sobre el tiempo que nos queda, la palabra que nos define, el origen que nos marca, el deseo que nos empuja, la película que nos proyecta y la maleta que nos espera. Fulgor literario de quien sigue pensando cómo ha vivido. Intensamente.

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