Opinión |
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Josep Cuní

Periodista.

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Teresa Ribera, mucho más que un reto

Teresa Ribera.

El control parlamentario al gobierno ha vuelto por donde solía. De nada han servido las vacaciones de verano. La tradición partidista se mantiene fiel a su voluntad de seguir desmoralizando a la ciudadanía o, en el peor de los casos, mantenerla encerrada en sus respectivas burbujas.  

El constante acecho de Alberto Núñez Feijóo a Pedro Sánchez le lleva a comparar al presidente con Franco por la supuesta censura informativa que, según él, desprenden las medidas para regenerar la democracia. Ahí es nada. Todo. Lo uno y lo otro. Pero se trata de seguir alimentando la maquinaria de titulares de tan corta vida como efímera duración en redes. Si algo queda es que, entre ellos dos, ya todo parece personal.

En esas el CIS indica que tanta inquina de la derecha no hace mella en el electorado. Al contrario. Acrecienta la distancia de los socialistas a pesar del promovido escándalo por la singularidad financiera de Catalunya. Como ya sucedió con la ley de amnistía, aquí también se discute sin conocer detalles elementales para poder echar cuentas. Definitivamente, en la política española la brocha se ha impuesto al pincel.

Tirando de su manual de resistencia, Pedro Sánchez insiste en que hay legislatura para rato, alardea de gestión y celebra que por primera vez en la historia una mujer española alcance mucho más poder europeo del que haya tenido jamás ningún comisario. Tras unas cuantas reacciones contradictorias, la oposición se resiste a celebrarlo. Pero a estas alturas ya nada sorprende a Teresa Ribera Rodríguez (Madrid, 19 de mayo de 1969). 

La futura número dos de la Unión deja de ser vicepresidenta española para serlo de una compleja política europea en un momento decisivo. O el continente reacciona y se reactiva o está condenado a perder el tren. Y con él, un ejemplar nivel de bienestar que el resto del mundo quisiera para sí, pero que cada vez es más difícil mantener. El informe Draghi ha puesto el dedo en la llaga y ha señalado el camino. La competitividad frente a los grandes gigantes exige abandonar batallas perdidas para concentrarse en las que todavía se pueden ganar. Y esta complejidad marcará el trabajo que le espera a Ribera. Una mujer progresista en un colegio de comisarios escorado a la derecha. 

Como responsable ejecutiva de transición verde y competencia, la negociadora incansable, ilusionada, tenaz, exigente y con gran capacidad pedagógica, tendrá que hacer encaje de bolillos para concertar a dos sectores que se observan con recelo. Avanzar en la lucha contra el cambio climático como lo ha hecho en España, pero ahora con los 26 países restantes, convenciendo a gobiernos reticentes y consorcios influyentes que presionan para amoldar los tiempos al ritmo de sus intereses.   

Tampoco esto parece asustarla. Como buena cocinera Ribera sabe de la importancia del proceso de cocción que sigue a la selección de los ingredientes. Especialmente los naturales. Los que aprendió paseando con su abuelo que le señalaba setas, árboles y pájaros por su nombre. Paciencia, observación y retención útiles para enseñar al que no sabe, convencer al indeciso y seducir al contrario. 

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Fervorosa lectora de Almudena Grandes, Teresa Ribera también puede afirmar con certeza que el todo es igual a la suma de las partes cuando las partes se ignoran entre sí. Doñana y Moreno Bonilla pueden confirmarlo.  

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