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Josep Cuní

Periodista.

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Kamala Harris, entre el realismo y la esperanza

La actual vicepresidenta y recambio urgente de Joe Biden demostró talento, resistencia y habilidad fente a Trump

Kamala Harris sale victoriosa del primer cara a cara con Donald Trump

Taylor Swift anuncia que votará por Kamala Harris

Kamala Harris, vicepresidenta i candidata demòcrata, ahir durant el debat. | ALEX BRANDON / AP

Nuestra percepción de los Estados Unidos sigue difiriendo de la realidad social de aquel extenso país. Compleja en su aparente simplicidad, sencilla en su profunda complejidad. Se detecta aún hoy, al recorrerlo. Inmenso, creyente, rural, conservador, marcado por la tradición de conquista y la autodefensa armada y con una influencia cultural que alcanza incluso a ambas costas.

Este es un aspecto que durante años nuestra izquierda influyente obvió, porque cuando dejó de ser antiyanqui se hizo del Partido Demócrata. Acríticamente. Ignoró así que, incluso en él, abundan los matices. Muchos matices. La complejidad de nuevo.

Ridiculizando a los presidentes republicanos, de Reagan a Trump pasando por Bush hijo, no se hizo más que potenciar la distancia racional, enmascarar la comprensión emocional y dictar una idea general que poco se ajusta a un fenómeno que siempre estuvo allí pero que ahora alcanza dimensiones desproporcionadas.

Así fue como, ante nuestros ojos, Donald Trump apareció desde el primer momento como caricatura, porque hacía tiempo que no queríamos escuchar el extendido clamor de rechazo que provocaban Hillary Clinton o Barack Obama. La cercanía que sentíamos por ellos hizo pasar por alto el amplio repudio en su país. Parecía ilógico que Oklahoma pudiera ser más que Nueva York y Wyoming mejor que Massachussets. El magnate populista, que lo sabía, porque convivió con esas mismas élites en Manhattan, aprovechó la situación, jugó sus cartas, ganó y mantiene el apoyo de millones de compatriotas, que creen que les devolverá un pasado idealizado frente al futuro caótico interesado que él mismo les pinta.

Esta radiografía persistente invita a mantener la incógnita del 5 de noviembre. Los demócratas, que lo saben, contienen su satisfacción tras la clara victoria en el debate de Kamala Devi Harris (Oakland, California, 20 octubre de 1964).

La actual vicepresidenta y recambio urgente de Joe Biden demostró talento, resistencia y habilidad. Puso a Trump contra las cuerdas y dejó que se recreara en su apocalíptico egocentrismo. No le hizo falta desmentirle, porque de eso se encargaron los moderadores en un trabajo periodístico ejemplar. Le bastó repetir que el país no podía devolverle el cargo a quien se cree sus propias fantasías.

Pero Harris sabe que esas ilusiones están muy extendidas. Y que esto sucede también porque, durante los últimos cuatro años, poco se ha hecho para neutralizarlas. Especialmente ella, desdibujada por voluntad propia o por recelo del presidente. Añadan que incluso sus afines admiten que su paso por las fiscalías californianas no dejó la huella imprescindible para ser recordada y que acentúa la misma resistencia conservadora dominante por su condición de mujer de izquierdas hija de inmigrantes.

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La suerte de Kamala Harris queda hoy a expensas de los detractores de Trump, la minoría electoral indecisa, la abstención y la esperanza que esgrime. De momento, lo que tiene son opciones y no es poco. Pero ganar un debate no es hacerse con la presidencia. Atrás queda la resignación de la mitad de la población hasta hace un par de meses. Por delante, el efecto Taylor Swift. Ella, como canta en uno de sus éxitos, también ha dicho ¡basta! a sentirse políticamente atrapada en un febrero interminable. ¿Volverá a serlo noviembre?   

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