Josep Oliu: casta, genio y figura

Una imagen vale más que mil palabras. La frase empezó a repetirse cuando la fotografía inundó la publicidad. Y aunque es anterior y discutible, la ciencia la avala. Numerosos estudios demuestran la capacidad del cerebro de asimilar antes un impacto visual que procesar la información transmitida por un texto. No obstante, también está constatado que toda imagen contiene sus propios matices. De ahí la importancia de analizar el lenguaje no verbal, que tanto domina el profesor Lluís Pastor.

Martes. Madrid. Banco de España. Toma de posesión del nuevo gobernador, José Luis Escrivá. Se reúne lo más florido del mundo económico. Los primeros espadas de la banca a la cabeza. No en vano, es en aquella sede donde orientan y a veces determinan las normas a seguir. En esas, el presidente del Banc Sabadell se acerca al del BBVA y le saluda cordialmente. Su afabilidad y corpulencia dominan la escena. Revuelo a su alrededor, fotógrafos plasmando el momento y los comentarios inevitables por un encuentro que desprende el morbo de la rivalidad acentuada por la Opa. El pez grande quiere comerse al chico por segunda vez. Ante lo imponente del tamaño, la astucia despliega sus armas para defenderse de la amenaza. Lo sabe bien y lo practica Josep Oliu Creus (Sabadell, 25 de abril de 1949).

Ser banquero de cuna tiene ventaja. Y actuar como heredero de un banco que la familia ha defendido como propio, por origen y entidad, concede una superioridad moral que las cifras no contemplan. Añádanse los intereses envueltos en sentimiento y la capacidad de resistencia que se impone a la frialdad de los números. Y esto, si no se ha vivido, no se comprende.

Josep Oliu también juega con estas cartas que sabe que su rival no tiene. Algunos de los pequeños accionistas se lo recordaron a Carlos Torres recientemente en Barcelona. Era su respuesta dolida a la velada amenaza del riesgo de que sus acciones pierdan valor si se niegan a aceptar las condiciones del BBVA que, además, ya no se ajustan a su revalorización creciente. De nuevo, razones del corazón que la razón no entiende. Luego están las políticas, volátiles, que de momento se alinean con el Sabadell. Y las sociológicas, reflejadas en la pequeña y mediana empresa, que teme quedar desamparada y perder la atención directa, atenta y presencial de unos empleados que conocen al cliente por su nombre, apellidos e iniciativas. Es el depositario a quien el mercado demuestra a diario que las grandes corporaciones lo devoran todo y nunca se sacian. Siempre necesitan más para alimentar un sistema que convierte al cliente en un número impersonal.

Al economista Oliu, formado en la Universidad de Minnesota y monaguillo antes que fraile, nadie tiene que explicarle la película. Ha dirigido muchas fusiones, porque el Sabadell ha absorbido múltiples entidades de diverso tamaño, situación y procedencia. Expandió la suya, la sacó a bolsa, ha superado crisis y sabe el pan que se juega porque lo ha amasado con sus propias manos.

Por eso, el jinete Pep Oliu calla, espera y confía. Conoce los mecanismos que entran ahora en la fase lenta del proceso. El que corresponde a las comisiones públicas, que deben valorar la idoneidad de la adquisición. Ante la complejidad, estas piden tiempo. El mismo tiempo que el banquero Oliu disfruta. La situación le activa y rejuvenece. Puede que incluso le divierta.  

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