Iniesta, el líder silencioso

El 20 de mayo de 2018, en el minuto 81 del partido contra la Real Sociedad, Andrés Iniesta abandonaba el terreno de juego y cedía el brazalete de capitán a Leo Messi. Era su último vals en el Camp Nou. Todo el estadio, en pie, cantaba su nombre y le vitoreaba y, al final del encuentro, solo en el césped, recibía un emotivo homenaje de la afición. Después fichó por el Vissel Kobe japonés, donde estuvo cinco temporadas, y por el Emirates Club de los Emiratos Árabes, equipo en el que ha militado un solo curso y que será, casi con toda seguridad, su última etapa como jugador profesional. Así se deduce del vídeo que Iniesta ha colgado en las redes y en el que puede verse como el artista TVBoy dibuja un grafiti en el que el mítico 8 del azulgrana se convierte en un símbolo del infinito, con un lema que proclama: «To my future», un futuro que se desvelará el próximo 8 de octubre, en un acto que se celebrará en Barcelona. 

Con 40 años, el centrocampista decide colgar las botas, dejando atrás una estela no solo de éxitos deportivos sino de una gran calidad humana. Dice adiós a una trayectoria que sobre todo hay que leer en clave azulgrana. 22 temporadas en el club, con el balance de nueve Ligas, seis Copas del Rey, siete Supercopas de España, cuatro Champions League, tres Supercopas de Europa y tres Mundiales de clubes, con 674 partidos (el cuarto jugador de la historia con más intervenciones). 

En 1996 se instaló en La Masia, con 12 años, y debutó en el primer equipo, de la mano de Louis Van Gaal, con 18. Después, en la temporada 2004-2005 ya se instaló en la élite con Frank Rijkaard y, desde entonces, se convirtió en leyenda, especialmente en la época de Pep Guardiola. En aquel memorable podio del Balón de Oro de 2010, con tres azulgranas en lo más alto, Iniesta quedó segundo detrás de Messi, un galardón que muchos coinciden en que le correspondía a él. 

La carrera de Andrés Iniesta puede resumirse en tres partes. En el primer apartado cabe mencionar su fútbol excelso. Con solo ver el vídeo que la UEFA le dedicó hace unos años («Disfrutad de 185 segundos de la magia de Iniesta») incluso el menos interesado en el planeta fútbol puede hacerse una idea de la belleza que el jugador número 8 sembró en los campos de todo el mundo. Un juego intenso y vertical, imaginativo y con visión colectiva, todo un prodigio con la pelota en los pies. En el segundo apartado no podemos olvidar su entrada en el Olimpo del Barça y de la selección española (con la que ganó nada menos que un Mundial y dos Eurocopas consecutivas) gracias a dos goles icónicos. El de Stamford Bridge (2009) en el minuto 93 contra el Chelsea, que llevaba al Barça a la memorable final de Roma; y el del Mundial de Sudáfrica, en 2010, en el que después del chut que significó la victoria española mostró bajo la elástica una camiseta en homenaje al difunto amigo Dani Jarque. Aquí empieza el tercer apartado, el del Iniesta humano. Entre las dos efemérides, la muerte inesperada del jugador del Espanyol y una de tantas lesiones musculares que sufrió a lo largo de su carrera y que hizo peligrar su participación en el Mundial, le acarrearon problemas de salud mental que describió en el libro 'La jugada de mi vida'. Se sobrepuso a las dificultades, sin perder un ápice de su dignidad y de su intachable comportamiento. Como dijo de él Xavi Hernández, «es un líder silencioso, pero líder auténtico».