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¿Hacia la tercera guerra del Líbano?

Solo la necesidad personal de Netanyahu de lograr una victoria militar sin paliativos para seguir en el poder explica su empecinamiento en fijar objetivos inalcanzables

El líder de Hizbulá Hasán Nasrallah muere en un masivo bombardeo israelí contra Beirut

Israel bombardea el corazón de Beirut por primera vez desde 1990

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Sara Fernández

Si las operaciones lanzadas por el Gobierno de Israel es los últimos días no son la preparación para una tercera guerra del Líbano, en cualquier caso lo parecen. Podría argumentarse que la detonación de los dispositivos de comunicación de miles de cuadros de la milicia chií Hizbulá, el ataque mortal contra su secretario general, Hasán Nasralá, el amenazante desafío de Binyamín Netanyahu ante la asamblea general de la ONU, los bombardeos en el sur y el este del país y el ataque en el centro de Beirut para dar muerte a un dirigente del Frente Popular para la Liberación de Palestina y al líder de Hamás en Líbano tienen como objetivo neutralizar amenazas y responder agresiones. Pero la previsible réplica que se sucederá a estos últimos actos, la acumulación de efectivos en la frontera norte de Israel y la implacable actitud mantenida desde el ataque de Hamás hace ya casi un año hace pensar que Netanyahu hace tiempo que ha decidido ir mucho más allá de la disuasión armada.Y mientras, no hay ninguna señal de control de la situación por parte de quienes pudieran eventualmente tenerla.

El incendio se extiende por Oriente Próximo con la energía y la radicalización de las posiciones. Estados Unidos ha fracasado en cuantas gestiones moderadoras ha puesto en marcha, al mismo tiempo que no ha dejado de prestar una ayuda capital militar y económica a Israel para que pueda sostener el esfuerzo de guerra en dos frentes. El Gobierno israelí ha multiplicado los avisos de que no piensa parar hasta liquidar a Hamás y a Hizbulá, Irán emite señales de que su contención puede esfumarse en cualquier momento y la comunidad internacional observa con estupor que la regionalización de la crisis avanza sin freno. Una sensación alimentada también por los herederos de Nasralá, dispuestos a batirse con Israel en una guerra abierta, y por los dirigentes de Hamás que siguen en la brecha en Gaza.

Líbano reúne todos los ingredientes de un Estado fallido desde que terminó la guerra civil en 1990 y aún antes, cuando en 1982 Israel llegó a las puertas de Beirut y logró la expulsión de la ciudad de la dirección de la OLP. El país dio prueba de su debilidad institucional en verano de 2006, cuando el alto el fuego y posterior negociación en la ONU de una fuerza de interposición tuvo a Hizbulá como actor político de facto y no al Gobierno libanés. Y se subraya ahora de nuevo su consideración de un Estado sin atributos con la reacción de la Liga Árabe, mero protocolo a pesar de que uno de sus socios es objeto de un ataque, convertido el país en un campo de batalla a disposición de sus vecinos y de Irán, potencia valedora de Hizbulá.

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Contra el parecer de sus generales, Netanyahu quizá crea que después del castigo infligido a sus enemigos lograr la expulsión de los milicianos de Hizbulá del sur del país puede ser un paseo militar. Entiende el primer ministro que Irán es un adversario neutralizado por su necesidad de mejorar la relación con EEUU y aliviar las sanciones. Pero tales cálculos minimizan el poder de contaminación regional de un conflicto con nuevos frentes cada día y la presión creciente de la opinión pública, dentro y fuera de Israel, para detener la matanza. Solo la necesidad personal de Netanyahu de lograr una victoria militar sin paliativos para seguir en el poder explica su empecinamiento en fijar objetivos inalcanzables.  

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