Opinión | COP 29

Andreu Escrivà

Ambientólogo y doctor en Biodiversidad. Autor del libro 'Encara no és tard: claus per entendre i aturar el canvi climàtic'. 

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Resistir a la indiferencia climática

Resultaría cómico si no fuese tan trágico que algunos se dediquen, desde sus confortables sillones, a poner en cuestión no ya la cumbre en su globalidad, sino todo acuerdo e iniciativa que se alcance en su seno

COP29 Bakú, en directo: última hora de la cumbre del clima de Azerbaiyán de 2024

La cumbre del clima de Bakú, desde dentro: olor a petróleo, escaso reciclaje y café a precio de oro

Activistas protestan este jueves en la cumbre de Bakú, recriminando a los países su falta de ambición en los acuerdos. / Maxim Shemetov / Reuters

Repetía mi abuelo que el mejor desprecio es no hacer aprecio. Mirándolo así, estamos regalándole nuestro más sentido desprecio a la cumbre climática de Bakú. Quizás no en las páginas de este y otros periódicos, pero sí como sociedad. ¿Nos importa lo que pase allí? Su ausencia de la conversación pública es patente estos días.

Para que nos importase tendríamos que saber de qué se habla. Puede que las COP se perciban como una especie de evento circular, en el que siempre se pronuncian las mismas palabras aunque se cambie el orden. Puede que nos aburra. Puede que seamos incapaces de entender unas negociaciones que tienen una naturaleza dual: se pueden -y suelen- resumir con un titular llamativo y simplista, pero a su vez poseen una complejidad endemoniada que requiere la lectura de documentos técnicos con cientos de páginas. Esperamos siempre el resultado final sin importarnos el proceso, que es lo que verdaderamente nos muestra la enjundia y capacidad transformadora de estas cumbres.

La actualidad estatal no debería ejercer de telón que oculte lo que está sucediendo en Bakú, más bien al contrario. Si a algo nos conminan las imágenes de las últimas semanas es a actuar para huir de un futuro nada hospitalario, no a posponer la acción. Que lo urgente no nos aparte la vista de lo que también es importante. Ahora, cuando los cimientos del presente se desgajan con rapidez, necesitamos más que nunca buscar un acuerdo ambicioso. El mundo cambia a paso acelerado en su dimensión física y también en la política, y la incertidumbre, que debería ser de color verde esperanza, se tizna con alquitrán y carbón.

A veces me pregunto qué sentido tiene opinar desde aquí, cuando la historia está a miles de kilómetros de distancia. Los años y el trabajo periodístico de profesionales como Valentina Raffio, que firma las crónicas de este periódico como enviada especial, me han hecho darme cuenta de que demasiadas veces prestamos una atención excesiva al coro de plañideras patrio. Gente que no ha pisado una COP en su vida, que ni tan siquiera conoce los hilos más básicos de las negociaciones climáticas -no digamos ya los entresijos que solo pueden palparse sobre el terreno-, dando lecciones sobre su poca utilidad, profetizando la falta de acuerdo y negándole toda legitimidad y trascendencia. Se equivocan.

En Bakú se discute el futuro. En mitad del hedor a petróleo que desprenden los trajes de los lobistas también estamos nosotros. Están los gobiernos, las científicas, las técnicas de la administración, las activistas, las periodistas. Nos representan, y así deberíamos hacérselo saber, su trabajo y su esfuerzo. Resultaría cómico si no fuese tan trágico que algunos se dediquen, desde sus confortables sillones, a poner en cuestión no ya la cumbre en su globalidad, sino todo acuerdo e iniciativa que se alcance en su seno.

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¿Quién debe pagar el caos climático? En la COP se están formulando las preguntas correctas. No todas, y muchas veces a destiempo, pero son preguntas que merecen una respuesta. Ser pesimistas con el papel de estas cumbres auspiciadas por Naciones Unidas debería espolearnos a fortalecerlas y a cambiarlas, no a alimentar nuestra indiferencia. En un mundo que espera la llegada de Trump como la legitimación definitiva de los negacionistas climáticos -los mismos que aquí desprestigian a instituciones científicas y ponen en riesgo la vida de todos-, es más necesario que nunca defender las instituciones que tienen la capacidad de alumbrar sendas de futuro.  

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