Escritor.
No te extrañe
Es imposible no vivir rodeado, de forma que, cuando las cosas te afectan, para bien o para mal, se produce una transferencia y las absorbes
Fotografía de la Nasa del planeta Tierra.
Poco después de leer que el núcleo interno de la Tierra se había frenado, y que ya giraba más despacio que la superficie, envié el 'link' con la noticia a un amigo músico, adivinando su reacción. «No me extraña», respondió. Era lo que necesitaba oír. Paco usa esa muletilla desde hace años: «No me extraña». Es como un escudo de defensa ante la realidad y su capacidad de sorpresa. Da igual qué le cuentes, a mi amigo nunca lo va a asombrar. Te extrañará a ti, a mí, a cualquiera, nunca a él. Y eso me gusta. Significa que está preparado para cualquier cosa que venga.
Ya no le extrañó saber, hace un año, que la Tierra podía esconder restos de otro planeta en sus profundidades. Por alguna razón nos agrada compartir noticias relacionadas con los descubrimientos sobre nuestro planeta y los misterios del universo, y que tal vez un día desentrañen, con nosotros todavía vivos, cómo empezó todo. El caso es que, por una vez, esa noticia tampoco a mí me extraño. Pero si lo piensas, todos llevamos dentro algo que antes perteneció a otro. Quiero decir que venimos siempre de algo anterior, que somos como somos porque estuvimos en contacto con una idea, una persona, un proyecto, que, cuando desapareció, quedó sedimentado en cada uno. Existimos por acumulación, sumando a nuestra identidad trocitos de muchas cosas. Es imposible no vivir rodeado, de forma que, cuando las cosas te afectan, para bien o para mal, se produce una transferencia y las absorbes.
Me parecía que del mismo modo que una profesora, una canción, un padre, un plato de cocina, un viaje, una noticia, una escritora, un coche, una pelea, una moda, unas vistas, una casa, un hermano o un amigo irrumpían en nuestra vida y la impresión los dejaba dentro de nosotros para siempre, hace 4.500 millones de años un planeta pudo haber colisionado con la Tierra y penetrado en su manto, solidificándose.
Pero el frenazo del núcleo terrestre, cinco mil kilómetros por debajo de nuestros pies, se me resiste. Alcanzo solo a ver que en la noticia se mezcla la belleza y la oscuridad. No entiendo del todo qué implica el fenómeno, ni si es catastrófico o lo contrario, pero hay en su enunciado cierto esplendor; también en la imagen de una esfera que gira en un mar de hierro fundido, más caliente que la superficie del sol, y de colores fantasiosos. Supongo que me siento como ante aquellos anuncios de automóviles de comienzos de siglo, que no sabíamos qué anunciaban, pero eran bellísimos.
La idea de que, como efecto del frenazo, se acorten los días en unas fracciones de segundo quizá debería inquietarnos. Es evidente que, si eso ocurre, no tendremos tiempo a hacer muchísimas cosas. Cómo no concluir que sin esas milésimas de segundo preciosas habrá muchísimas tareas, recados, experiencias, citas a las que no llegaremos. Todo lo que hacemos, que es mucho, no será nada al lado de lo que ya no podremos hacer porque los días serán de pronto cortísimos, unas décimas de segundo por debajo de las veinticuatro horas, que ya se nos antojaban muy pocas, obviamente.
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