Escritor.
Igual y distinto
No existe el gallego, sino millones de ellos. Y aunque existiese, sería de una manera y más adelante de otra. No hay persona que no se transforme, evolucione, que no mude de intereses
Cambados, pueblo pesquero de Galicia / Naomi Mihara
Hay algo de 'hobby' en que te expliquen que los gallegos sois de esta manera o de aquella. Aunque supongo que pasa con los catalanes, los andaluces y prácticamente con cualquiera. En algo hay que emplear el tiempo. Me ocurrió por enésima vez hace unos días. Quizás ser gallego consista en que alguien, en particular si no es gallego, te diga cómo son los gallegos. No tiene nada de descabellado que un gallego desconozca cómo es, y lo sepa uno de otro lugar. Tampoco es descabellado que le importe un bledo, tal vez porque intuye que conocerse es aburridísimo, y porque sabe que a lo largo de la vida se es de muchas formas, a veces opuestas. Así que, para qué matarse.
Dicho esto, a quién no le gusta revolcarse en una idea abstracta, y rendirse al indiscreto encanto de las frases que acarrean el verbo ser, y sumarse así a la fábrica de clichés en que devienen las conversaciones mundanas. Galicia, después de todo, es un país fructífero e inabarcable, como otros tantos, capaz de introducirse en el imaginario común, mezclando realidad y ficción, hasta que de ahí salga cualquier cosa, que acabará dejando en el aire lo de siempre, que los gallegos son un misterio, y que habitualmente son muy gallegos, cosa que cae dentro de las posibilidades, como cuando el rojo es bastante rojo, o el verde desde luego verde, en lugar de amarillo o magenta.
Fuera de eso, lo único cierto es que el gallego puede ser de cualquier manera. Porque no existe el gallego, sino millones de ellos. Y aunque existiese, sería de una manera y más adelante de otra. No hay persona que no se transforme, evolucione, que no mude de intereses, crezca, madure, entre en decadencia, se pierda, cambie de opiniones, adquiera otra mentalidad, ideas, que no adquiera otro cuerpo, que no esté contenta y a continuación abatida, que no le vaya bien y luego mal, que las circunstancias de la vida varíen y tenga que adaptarse. Después de todo, la tónica dominante en la historia de la humanidad es el cambio. Cada vez que decimos que alguien es así construimos una ficción. Pero está bien, porque sin ficciones la vida es inviable.
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