Desde el primer momento consideré a Pedro Sánchez como el líder menos consistente de los partidos políticos de la democracia española. Con su lenguaje políticamente correcto hasta el aburrimiento (señoras y señores, diputados y diputadas...), sus discursos me parecían cansinos y desviaban mi atención de su esencia.
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Pasado el tiempo, he ido contemplando cómo este dirigente (un tanto gris) ha ido tomando fuerza y afianzándose con decisión y valentía conviertiéndose en un político con fuerza para liderar al PSOE.
En vista de la potencia y relevancia que estaba adquiriendo, Pedro Sánchez aparece desde las sombras, la eterna promesa que se mantenía en hibernación, temerosa de que su momento pasase sin que hubiera llegado, e incita a la rebelión de sus fieles, saltándose estatutos en busca de su interés personal.
Resulta intolerable que oscuros intereses, ajenos al partido, lleven a una serie de políticos de peculiar relevancia a poner de forma sistemática trabas a las decisiones de Pedro Sánchez, que se limita a cumplir el mandato que la ejecutiva federal había acordado, para impedir un nuevo gobierno presidio por Rajoy.
Alguien que primero se debe a Andalucía. Luego que hará lo que le manden, colocándose delante o detrás (seguro). Anteponiendo España al partido, suelta un discurso rancio, grandilocuente y vacuo, donde es incapaz de despejar las dudas que están suicidando al POSE. Y también es incapaz de presentarse como la alternativa que cree ser. Lo de enviar a sus emisarios a Ferraz, para quebrar la ley y los estatutos, es digno de los mejores Azcona-Berlanga.
Pedro debe resistir. No le creo todavía el líder necesario, pero estamos necesitados de gente honesta, coherente y luchadora. Lo que nos sobran son salvadores de pacotilla.