Hay dos cosas que hemos aprendido en Bosnia. La primera (y fundamental) es que por encima del odio de unos pocos -ruidosos- predomina una mayoría buena (en el buen sentido de la palabra como quería Machado). La segunda es el arma mortal que supone el nacionalismo.
Entretodos
Ayer, día 11 de julio, recordamos en Srebrenica la atroz masacre que resultó de un nacionalismo (mejor dicho, varios) exacerbado hasta tal punto que cualquier límite moral quedó suprimido.
El resurgimiento de los nacionalismos por parte de unos partidos que intentan transformar el descontento en rabia solo puede suponer dos opciones: o bien una desmemoria histórica intolerable para nuestros dirigentes, o bien una indiferencia preocupante (y criminal) ante las consecuencias del nacionalismo. Ambas pueden subsanarse con la memoria, la mejor arma contra el retroceso (histórico).