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Biden, Trump y la oportunidad de Netanyahu

La incapacidad del presidente para influir en Netanyahu y el apoyo a sus decisiones por la vía de los hechos dan alas a la ofensiva total israelí

Netanyahu rechaza una tregua en Líbano y afirma que los combates continuarán "con toda su fuerza"

Acuerdos de Abraham: un año de complicidades entre Israel y sus nuevos socios árabes

Archivo - El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, durante una rueda de prensa en Ramat Gan (archivo) / Jack Guez/AFP pool/dpa - Archivo

Tres veces ha negado el primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, al presidente de EEUU, Joe Biden, desde el pasado 9 de octubre. La primera vez cuando decidió reaccionar al atroz ataque de Hamás con una ofensiva total, sin precedentes en su virulencia, contra la franja de Gaza. La segunda ocasión fue cuando se negó a detener la masacre de palestinos para negociar un alto el fuego y la liberación de los rehenes. La tercera vez fue cuando la administración Biden pidió a Tel-Aviv que no exportara la guerra al Líbano. Ahora se está gestando una cuarta: a un presidente cuya vicepresidenta está a un mes de las elecciones en Estados Unidos lo último que le interesa es una escalada, o una guerra, con Irán.

A los presidentes estadounidenses que, como Biden, se encuentran de cuenta atrás para su salida de la Casa Banca les preocupan sobre todo dos cosas: que el candidato de su partido gane las elecciones y que este respete su legado. Ambas aspiraciones, en realidad, se resumen en una: su legado. El de Biden estará marcado de forma irremediable por su papel en la crisis en Oriente Próximo. El desdén con el que Netanyahu lo ha tratado no tiene precedentes (la relación con Barack Obama fue muy mala, pero no fue tan notorio). Netanyahu hace tiempo que apostó su suerte política y la de su proyecto de toda una vida (evitar la creación de un Estado palestino, por confesión propia) al rojo republicano, y conoce bastante bien Washington y sus resortes y cuenta con suficientes aliados como para poder ningunear al presidente sin que tenga consecuencias.

En esto caso, además, cuenta con un presidente que nunca ha ocultado sus simpatías por Israel y que en su carrera se ha calificado en varias ocasiones como un sionista. Aun así, el interés de Estados Unidos, el de su administración, el electoral y el de los amigos de Israel que temen que Netanyahu sea una amenaza para Israel y el proyecto sionista, llevaban a Biden a pedir moderación. Pero los hechos han sido otros: apoyo económico y militar estratosférico y capa de protección en los foros diplomáticos, sin ninguna fisura ni titubeo. Tanto ha apoyado la administración Biden a Netanyahu por la vía de los hechos, que es la que en realidad cuenta, que en el mundo árabe y muchos críticos antiisraelís en el propio Estados Unidos lo zahieren con el sobrenombre Genocide Joe. Como legado, es catastrófico.

Lo cierto es que Biden está en una situación muy difícil. La defensa a ultranza de Israel es un pilar de la política estadounidense, y es muy difícil tomar decisiones (de nuevo, por la vía de los hechos, no de las palabras) contra la política del primer ministro israelí en un momento crucial de la historia del Estado hebreo, por mucho que resulte evidente que una parte de sus decisiones obedecen a su propia supervivencia, política y judicial. Además, en términos electorales, enfadar a los votantes sionistas o simpatizantes tiene un coste mayor que irritar a los propalestinos y a los que invocan los derechos humanos, la legalidad internacional o, simplemente, un elemental sentido humanitario de las relaciones internacionales. No hay decisión buena para Biden.

Ahora bien, redibujar Oriente Próximo por la fuerza militar, acabar de una tacada con el problema palestino, la resistencia árabe y el régimen de los ayatolás son palabras muy mayores. Ese es el sueño y el objetivo de Netanyahu y la oportunidad que cree que tiene ante sí una parte del sionismo, la que gobierna con amplia mayoría hoy en Israel (y, a juzgar por las encuestas, con un amplio apoyo popular). Para ello, necesita inmiscuir a Estados Unidos en la jugada. Y Biden tiene memoria: forzar por la fuerza militar un cambio de régimen en un país de Oriente Próximo para dibujar una región más favorable a tus intereses es un plan que Washington ya sabe que a lo mejor empieza bien (aplastante victoria miliar mediante), pero que acaba muy mal.

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Pese a ello, es un plan que Netanyahu comparte con amplias capas del partido Republicano y que estaba en el ADN de los acuerdos de Abraham que Jared Kushner diseñó para aislar, y acabar derrotando, a Irán. El suegro de Kushner, Donald Trump, acaricia su regreso a la Casa Blanca. Nada de lo que sucede es ajeno a este hecho. Netanyahu ya ni escucha a Biden. Todas sus fichas están en el casillero rojo de Trump

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