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Los objetivos de las guerras de Israel

Netanyahu y sus socios extremistas buscan redibujar el statu quo en la zona tras el trauma del 7-O

Israel bombardea una escuela de la ONU en Gaza y deja al menos 20 muertos / DPA / EUROPA PRESS

 El 16 de abril de 1988, un comando del Mosad asesinó en Túnez a Khalil al-Wazir, Abú Jihad, número dos de Yasir Arafat en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y líder palestino. Un comando israelí asaltó su casa en Túnez en una operación de película diseñada por el Mossad. Un ejemplo de las incontables operaciones de los servicios secretos israelís y sus fuerzas armadas en el extranjero contra líderes de organizaciones árabes que combaten al Estado hebreo desde hace décadas. Treinta y seis años después, han cambiado los nombres tanto de las organizaciones como de los líderes, pero se mantiene invariable la resistencia árabe contra Israel, la necesidad del Estado hebreo de mantener la disuasión como un pilar de su estrategia de seguridad y la impunidad con la que Tel-Aviv opera en otros países. Ahora ya no son la OLP o Septiembre Negro, sino Hamás y Hezbolá.

Lo de esta semana, como guion de película de espías es ciertamente imbatible: de forma coordinada, centenares de 'buscas' en poder de milicianos de Hezbolá explotan al unísono. Una docena de fallecidos y unos 3.000 heridos es el resultado de la audaz acción. Y al día siguiente, cuando el impacto mundial no ha remitido, estallan decenas de 'walkie talkies'. Veinte muertos más y decenas de heridos. Israel ni confirma ni desmiente, pero todo el mundo atribuye al Mosad la operación, sobre la que se posa un manto de silencio de la comunidad internacional. Escribiría que es como si en una serie de bombardeos en feudos de Hezbolá en Beirut Israel hubiera matado a una treintena de milicianos y herido a cientos de personas, pero visto lo visto (casi un año de destrucción de Gaza, el asesinato de líderes palestinos en Damasco o Teherán) es probable que un bombardeo de este tipo en el Líbano tampoco hubiese generado reacciones en la comunidad internacional. Pero el silencio no oculta de lo que estamos hablando: acciones militares en un país vecino que causan decenas de muertos y cientos de heridos. La realidad no es una película de espías.

De la OLP a Hezbolá, pasan los años, cambian las siglas, y se mantienen las operaciones militares del Estado hebreo en otros países

Después de los atroces atentados del 7-O, la ofensiva de Israel en Gaza se impuso públicamente como objetivos aniquilar a Hamás y rescatar a los rehenes. Lo primero es imposible; lo segundo no ha sucedido. Lo que sí ha ocurrido es una matanza indiscriminada de miles de palestinos y la destrucción de gran parte de la franja, que no tiene visos de terminar. En la frontera norte, Israel ya sabe lo que es ir a la guerra con el objetivo de terminar con Hezbolá. La última vez que sucedió a gran escala fue en 2006 y no lo logró, de la misma firma que con medidas militares no erradicará a Hamás de Gaza o antes, en los 60, 70 y 80, no logró acabar con la OLP ni Yasir Arafat. Visto lo que ha sucedido en la franja, la destrucción sistemática y la insostenible matanza de civiles, la amenaza que se cierne sobre el Líbano es la de una destrucción sin parangón. Pero Hezbolá no corre el riesgo de desaparecer. De las cenizas y las ruinas, surgirán nuevos líderes y milicianos; por cada funeral, se celebrarán decenas de ellos en el futuro, lo mismo en el Líbano que en Gaza o en Cisjordania. Planteadas con objetivos así, estas guerras no pueden ganarse.

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Israel lo sabe mejor que nadie. Por tanto, no se trata de guerras que puedan analizarse con objetivos militares o territoriales al uso. En Gaza, por ejemplo, se puede discutir sobre el corredor Filadelfia tanto como los mediadores quieran, pero no es la extensión de una zona de seguridad allí lo que marcará el devenir de la guerra. Un alto el fuego, igual que la que parece inevitable guerra en la frontera norte con Hezbolá y quién sabe si una regional con Irán, dependerá de los objetivos políticos y geoestratégicos de Israel. Es un lugar común afirmar que Binyamín Netanyahu impulsa la guerra por intereses políticos personales. Algo de eso hay, pero en juego también está el proyecto, la visión, de Israel, sus fronteras y su encaje en la región del ala más extremista de su sociedad y del sionismo, que es la que hoy gobierna el país. Netanyahu, Itamar Ben-Gvir o Bezalel Smotrich intentan aprovechar la patada al tablero que supuso el 7-O para dibujar un nuevo 'statu quo', que es su auténtica agenda. En Gaza, en Cisjordania, en el Líbano y también en la región. La pregunta que los aliados de Israel en Europa y EEUU deben formularse es si van a dejarse arrastrar a los escenarios que este nuevo orden va a crear, ya está creando. 

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