Opinión |
Parece una tontería

Juan Tallón

Escritor.

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Elige tú

Aquellas cartas demasiado nutridas, llenas de entrantes, ensaladas, platos principales, postres, vinos, te ahogan en la indecisión

Café / PIXABAY

Algunas personas tienen un don para elegir entre muchas opciones, y acertar. Saben. No es mi caso. Yo no sé. Por eso me produce una infinita aflicción tener demasiadas alternativas. Incluso si existen solo dos, sé que me decantaré por la peor siempre, salvo milagro. Cero sorpresas en este sentido. Cuando me decido por una, a veces elijo la otra, para asegurarme el acierto, pero así también me equivoco. No hay como carecer de opciones. En los peores momentos de esta deriva, algunos días voy al supermercado a última otra para encontrarlo prácticamente arrasado, y llevarme «lo que queda», sin margen para elegir.

El drama de las alternativas múltiples se vuelve célebre en los restaurantes. Aquellas cartas demasiado nutridas, llenas de entrantes, ensaladas, platos principales, postres, vinos, te ahogan en la indecisión. Es muy normal sumarse a lo que pide algún compañero de mesa, para no tener que pensar. Que elijan otros. Al fin y al cabo, comes cualquier cosa, te gusta casi todo. Cuando entras en un local donde hay menú del día casi no te crees la suerte tienes. 

Hace años, en el pueblo de al lado, con el que el mío se lleva a matar, abrieron un restaurante del que se habló mucho durante meses. Presumía de tener la carta más extensa del mundo. En su mejor momento, alcanzó los 760 platos. «Hemos incorporado carnes como la serpiente pitón de Vietnam, la tortuga de Ecuador y la jirafa de África, y pronto contaremos también con el wagyu de Chile, el tiburón el Atlántico, el kudú de Sudáfrica, el wapití de Canadá, la joroba de cebú de Brasil y los insectos tailandeses», anunció el dueño en una entrevista. Como la envidia entre pueblos vecinos es imperecedera, nosotros solo recordamos el local porque Bertín Osborne se intoxicó en una cena.

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La diversidad sabe volverse espantosa, casi en todos los órdenes: comprar coche, revelar libro favorito, cortar el pelo, vestir una camisa, llamar a alguien para quedar, seguir una ruta. Tal vez nada se acerque a la desazón de entrar en ciertas franquicias de alimentación. Semanas atrás leí un reportaje en 'The New York Times' titulado algo así como "Hay millones de maneras de pedir café en Starbucks". La cadena estima que existen, al menos, 170.000 combinaciones posibles. La pieza, firmada por Bill Saporito, tenía un comienzo memorable: «Estás en la fila del Starbucks –después de no haber conseguido pedir a través de la aplicación– cuando descubres a uno de ellos. Ese tipo que no está mirando el teléfono, sino el papelito que contiene los pedidos de sus compañeros de oficina. Lo que confirma que vas a llegar tarde a tu próxima reunión, porque esta persona planea pedir seis bebidas de café, cada una de las cuales implica alguna combinación de 'venti grande' alto doble 'pump', de uno a cuatro 'shots' de espresso, 'half-caf', leche de avena, leche descremada, leche de soya, leche-leche, crema batida, jarabe, azúcar moreno, azúcar blanco, sin azúcar y un drizzle de mocha, al que se debe agitar exactamente dos veces y media». Compensa dejar de ingerir líquidos y morir.

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