Periodista y escritor. Miembro del Comité editorial de EL PERIÓDICO
Sílvia Orriols y la reconquista de Catalunya
El pensamiento de la alcaldesa de Ripoll puede parecer rancio, y lo es, pero no más que el de Meloni, Le Pen o Alice Weidel, que pueden determinar el futuro de Italia, Francia y Alemania
Sílvia Orriols debe abonar 10.000 euros por decir que en una Catalunya islámica habría "violaciones grupales y mutilaciones genitales"
Illa responde a la extrema derecha de Aliança Catalana: "No son nadie para dar lecciones de quién es catalán y quién no"
L’alcaldessa de Ripoll, Sílvia Orriols. | JORDI OTIX
Si van a Ripoll para entender a Sílvia Orriols, la alcaldesa que aspira a ser la Marine Le Pen del independentismo catalán, no empiecen por la casa donde vivía Younes Abouyaaqoub, el autor de la masacre de las Ramblas. No porque el sangriento atentado de 2017, perpetrado por un grupo de jóvenes ripolleses de origen marroquí, no constituyera un aldabonazo para todos en esta pequeña ciudad de algo más de 10.000 habitantes.
Para Orriols fue incluso más que esto. La confirmación de que el mal sigue anidando en el islam, como hace 13 siglos cuando los sarracenos arrasaron la ermita levantada por los visigodos donde está hoy el soberbio monasterio de Santa Maria. Si van a Ripoll, empiecen por este monasterio y comprenderán mejor por qué esta mujer de 40 años, líder de Aliança Catalana, de familia humilde, madre de cinco hijos, puede condicionar la política catalana de los próximos años.
“Importamos traficantes, violadores, fanáticos, misóginos y bárbaros”. En boca suya, estas palabras resultan tan aterradoras como magnéticas. Como si fueran las de un conde catalán atrincherado en los riscos del Montgrony dispuesto a iniciar la reconquista de Catalunya. En Santa Maria de Ripoll, resuena el 'Mentem meam laedit dolor'. El dolor me atormenta la mente. Atormentada tiene que estar una mujer capaz de decir cosas como esta, en pleno siglo XXI.
En Ripoll, los inmigrantes no pasan del 15%, pero para ella ya ha empezado el Gran Reemplazo. La idea no es suya, pero ha sabido adaptarla a un universo independentista sumido en la depresión, después de una década de emociones exaltantes. Mientras Esquerra pacta con Pedro Sánchez, y Junts per Catalunya espera la vuelta del mesías, ella propone seguir huyendo hacia adelante. Vamos a por todas. Vamos a liberarnos también del Estado francés y de Estado Islámico. Son palabras suyas. Algo parecido debía tener en la cabeza Guifré el Pilós, cuando puso la primera piedra del monasterio.
Cuatro hijas y un hijo, tiene la alcaldesa. Guinedell, cuyo nombre era el de la mujer del Pilós; Queralt, en honor a la piedra más alta; Violant, como la esposa de Jaume el Conqueridor; Peronella, que fue reina de Aragón y condesa de Barcelona, y Fortià, que sugiere lo que hay que tener para enfrentarse a tantos demonios a la vez. Es posible que el rigorismo extremo de Orriols hubiese quedado en una excentricidad más de no producirse los atentados yihadistas. Nunca lo sabremos. En todo caso, ella ha sabido explotarlos, invirtiendo el orden de los factores en el programa de Aliança Catalana. Poniendo por delante la islamofobia y dejando que la independencia sea algo así como una consecuencia lógica de la necesidad de protegernos de los musulmanes. “Aplicaremos con mano de hierro la ley de extranjería catalana”, promete. Para que la gente piense que, con ella, no llegarían autocares con refugiados, ni habría diputadas con velo, ni miedo a salir de noche. Hasta ahora, el independentismo bebía del expolio fiscal, del agravio de los decretos de Nueva Planta, de la defensa de la lengua y de la estúpida gestión de octubre que hizo Mariano Rajoy. Orriols le ha añadido otra razón de ser: levantar fronteras frente al islam. Nada de inmigración circular. Defender la costa catalana, con torres de vigía, como hicieron los reyes tras la Reconquista.
El pensamiento de Orriols puede parecer rancio, y lo es, pero no más que el de Meloni, Le Pen o Alice Weidel, que pueden determinar el futuro de Italia, Francia y Alemania. Además, la líder de Aliança Catalana no necesita sacar el 30% de los votos. Le basta con el 15% para condicionar cualquier alternativa de la derecha catalana. Lo saben Junts y Carles Puigdemont, que ven en ella una competidora incómoda y una aliada tan incómoda como inevitable para volver a gobernar la Generalitat. Mientras tanto, ella piensa crecer explotando el desengaño que recorre las filas independentistas. Ofreciendo a los jóvenes cachorros de Junts y a los republicanos desconcertados por la crisis de su partido una oportunidad de seguir soñando. Aunque estos sueños solo sirvan para vivir atormentado, pensando en el momento en el que haya que decidir si vale la pena morir o matar por Catalunya.
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