Opinión |
Onze de Setembre

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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Diada Nacional

La confusión, la fatiga y la desunión han creado un desencanto colectivo. Habrá menos catalanes en la calle. Pero que no crean que la ‘cuestión catalana’ está dominada

Leonard Beard / Leonard Beard

Catalunya es una nación. Esta afirmación históricamente incontestable solo se puede negar desde una perspectiva ideológica –a menudo vinculada a una concepción colonizadora–, pero es inapelable en términos políticos, culturales e identitarios.

Que, a partir de esta realidad, haya quien considere que es mejor mantenerse en una estructura mayor, o derivar hacia opciones federales, pero no separarse de España, es una posición igualmente respetable. Al fin y al cabo, las naciones pueden encontrar muchas maneras de relacionarse, y sobre la cuestión llevamos tres siglos debatiendo aquí. Pero, si cualquier planteamiento político es igualmente aceptable –centralista, federalista, autonomista, soberanista, independentista–, no lo es, en cambio, negar el hecho nacional catalán. Y quien lo hace sabe, perfectamente, que le niega la condición para poder negarle los derechos que conlleva. Al fin y al cabo, como me decía un exministro de la derecha, de los de antes, la minorización de Catalunya como simple región es una «cuestión de Estado», es decir, una clara cuestión de dominio. Pero negar el hecho no le otorga razón, solo denota ignorancia o intencionalidad.

Desde esta condición de nación, mañana celebramos nuestra Diada Nacional, cuyo carácter reivindicativo nos aleja de la celebración institucional de otras naciones que, a diferencia de Catalunya, viven su soberanía en plenitud. Desde que se celebra, el Onze de Setembre siempre ha sido un día de lucha por los derechos catalanes, tanto en las épocas oscuras de las dictaduras –Gaudí llegó a ser encarcelado por hablar catalán un 11/9 en plena dictadura de Primo de Rivera– como en democracia. Para la memoria, las Diades emblemáticas del «libertad, amnistía y Estatut d’Autonomia», o las últimas Diades a favor de una república catalana, las más numerosas de la historia. La lengua, la soberanía, la fiscalidad, las infraestructuras, todas las diades han tenido este carácter de lucha pacífica, no en vano Catalunya tiene graves problemas derivados de su dependencia con España. Es mentira, pues, que la Diada se haya «politizado» o haya sido «secuestrada» por el nacionalismo catalán, en todas sus múltiples derivadas. Es mentira porque, a excepción de los momentos en los que no se podía alzar la voz –que han sido muchos en la historia negra de España–, siempre se ha planteado la Diada como una protesta de país. Al fin y al cabo, no olvidemos que ese es su origen: no nació como una simple fiesta mayor sino, al contrario, como un día de reivindicación por los derechos perdidos.

Este año tendrá el mismo carácter, no en vano algunos de los problemas más graves de Catalunya no solo no se han resuelto sino que están peor que en años anteriores. El idioma catalán está cada vez más minorizado, mientras sufre un ataque permanente de lo que Puigdemont llama «la toga nostra», es decir, de los jueces ideológicos, especialmente activos en la cuestión catalana. La escuela, el poder político, las infraestructuras, la financiación, los sectores estratégicos, todo lo que es decisivo para los catalanes –voten lo que voten– tiene una salud más precaria que antes de la Diada mítica de 2012 e, incluso, de antes de 2008, cuando ya hubo una Diada de enorme importancia reivindicativa. En términos de soberanía, también es uno de los peores momentos de la historia reciente, y no parece que la llegada a la Generalitat de un político defensor del 155, fuertemente vinculado al nacionalismo español, permita vislumbrar mejores momentos. Salvador Illa tiene un proyecto español para Catalunya, y no un proyecto catalán, y este es un matiz que cambia totalmente la ecuación.

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Sea como sea, muchos catalanes volverán a las calles este miércoles. Ciertamente, serán muchos menos que en las grandes diades alrededor del Primero de Octubre, no en vano la confusión, la fatiga, la desunión y la fragmentación han creado un desencanto colectivo que tardará en sanarse, pero este es un país viejo que ha vivido muchos momentos difíciles en su historia, y siempre ha mantenido encendida la llama. Pocos o muchos, más unidos o peleados, pero con una resiliencia que nos ha permitido pervivir, más allá de las dificultades. Que no nos canten el responso, pues, aquellos que creen que la cuestión catalana está dominada, ahora que el españolismo aterriza en Palau. El muerto está bien vivo.

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