Opinión | Hizbulá

Pilar Rahola

Periodista y escritora

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La muerte de Nasrallah, ¿gasolina o extintor?

No hay duda de que Israel ha descabezado a su principal amenaza y la ha dejado inoperativa durante mucho tiempo

El líder de Hizbulá Hasán Nasrallah muere en un masivo bombardeo israelí contra Beirut

Vídeo | Así ha explotado uno de los buscas de Hizbulá en el Líbano

Leonard Beard. / EFE

Ahora que cualquier persona armada con un tuit se ha convertido en experta en política internacional, una de las ideas más repetidas es que la muerte de Nasrallah será la espoleta de una gran hoguera en Oriente Medio. No hace falta decir que la mayoría repite los dogmas conocidos: Israel quiere ocupar el Líbano; Netanyahu es un incendiario; el objetivo es la guerra. Dado que el odio a Israel se ha convertido en una nueva religión, es difícil ir en contra de estos grandes mantras que inundan micrófonos y redes sociales, a menudo en una demostración viral de ignorancia.

Pero, ¿y si fuera al revés? ¿Y si la muerte de Nasrallah y el resto de acciones militares de estos días fueran un poderoso extintor para que la guerra no vaya a peor? De entrada, hay que hacer un preámbulo. Después de la matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023, los ataques permanentes desde Yemen, Irak, Siria y el sur del Líbano contra posiciones israelís, todos ellos alimentados y financiados por el 'mastermind Irán', ¿no hacían prever una escalada bélica? Estos que ahora se alarman por las acciones de Israel, ¿creían que el país se dejaría atacar eternamente, sin defenderse? No había duda de que la ofensiva ordenada por el régimen chií de atacar desde todos sus tentáculos solo podía tener una finalidad: una guerra más grande. Siempre con Irán en la retaguardia, pero con los misiles de los sus 'proxies' disparando desde todas partes.

De hecho, los indicios de un conflicto de gran dimensión eran claros. Por un lado, reuniones en Teherán entre funcionarios rusos y hutís para conseguir decenas de misiles antibuques Yakhont, que aumentarían la amenaza contra los barcos en el Mar Rojo. Por cierto, esta información se producía el mismo día que el presidente de Irán, Masud Pezeshkian, hablaba en la ONU, donde decía que Irán estaba en contra de la guerra. Del otro, el aumento sensible del flujo de armamento pesado hacia el Líbano desde Irán, por el corredor Irak-Siria, incluyendo misiles balísticos de medio alcance, los Zelzals iranís y la nueva generación de los temibles Fateh-110. Y, a la vez, el aumento de los vuelos, también hacia el Líbano, de todo tipo de armamento, mientras crecía la ayuda financiera iraní a Hizbulá que, este último año, llegaba a centenares de millones de dólares. En paralelo, los informes de inteligencia avisaban de un gran e inmediato ataque, que ha motivado la primera ofensiva de Israel con más de 300 aviones contra posiciones de Hizbulá. A la vez, ha atacado diversos convoyes comerciales en Siria, ha obligado a Beirut a desviar aviones iranís provistos de armamento, bajo amenaza de que los harían caer, y ha estado atacando toda la base de infraestructura que Hizbulá había mejorado en el sur del Líbano. La guerra hace tiempo que había empezado, por mucho que los hay que solo la consideran iniciada si es Israel quien ataca.

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Pero todo este panorama ha cambiado drásticamente los últimos días, porque la acción múltiple de Israel es una estocada que rompe el paradigma de la región. Y no solo por la muerte de Nasrallah y de toda su cúpula -8 de los 9 comandantes de alto rango, muertos-, o por la inutilización de sus comunicaciones en la operación de los buscapersonas -con la neutralización de más de 3.000 cargos intermedios de Hizbulá-, o la destrucción de una gran parte de los 150.000 misiles que tenía el grupo yihadista en el sur libanés. No hay duda de que Israel ha descabezado a su principal amenaza y la ha dejado inoperativa durante mucho tiempo. Pero lo más importante es que también ha dejado a Irán más débil en todos los terrenos: no ha podido evitar la muerte del líder de Hamás en su propio territorio; no ha conseguido demostrar ninguna superioridad bélica en su ataque a Israel; y acaba de perder a su principal motor de ataque en el Líbano. ¿Está pues, Irán, más cerca de la guerra con Israel? No lo parece en ningún sentido. Si añadimos que la estocada contra Hezbolá no ha recibido protestas de otros países musulmanes, que muchos ciudadanos árabes están contentos -no en vano, Hizbulá ha matado a muchos de ellos-, que Irán demuestra más debilidad y que el gran ataque contra Israel que se estaba preparando ya no se podrá hacer, es evidente que la región puede tener ahora una oportunidad. Israel ha recuperado el dominio militar y el prestigio en inteligencia, y los acuerdos de Abraham vuelven a tener alguna opción. Quizás la desaparición de Nasrallah no acerque la paz, pero parece que puede alejar la gran guerra.

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