Opinión |
Seguridad

Olga Ruiz

Periodista

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El guion de la adolescencia

Los videochats con desconocidos reúnen un plus para cualquier adolescente: riesgo, rebeldía y emoción

Menores con teléfonos móviles, en una fotografía de archivo.

Hace unos años el peligro estaba solo en la calle. Nuestros padres contenían la respiración hasta que oían la llave en el bombín de la puerta. Bendito sonido, el único capaz de calmar la preocupación sostenida durante horas. Estar en casa congelaba el peligro hasta el próximo fin de semana. 

La habitación adolescente -siempre búnker inaccesible para padres- encerraba todos los misterios propios de la edad: los diarios con confesiones, los primeros cigarrillos escondidos al fondo de un cajón o algún preservativo que nos hacía parecer todo lo maduros que ni por asomo éramos. 

El guion de la adolescencia no arrojaba sorpresas ni giros inesperados. Nuestros padres habían hecho lo mismo así que sabían cómo actuar para que la temida etapa no se desbocara en exceso. Ese guion heredado ya no existe. Ha saltado por los aires como lo ha hecho la seguridad que conlleva el hogar.

El peligro ahora está encerrado en el único apéndice vital para un adolescente: su teléfono móvil. Su vida entera se concentra en esos 15 centímetros de pantalla. Les forzamos a interactuar en nuestro mundo, pero lo cierto es que habitan otro pararelo en el que nada ni nadie es lo que parece. Están aquí, pero dónde son realmente es allí.

Este verano he asistido atónita a una escena rocambolesca: una pandilla de chicos y chicas coinciden en el paseo marítimo. Incapaces de interactuar personalmente se piden su cuenta B de Instagram y, separados por dos bancos, chatean y se dan 'likes' mutuamente. 

En este caso, la conexión aunque 'kafkiana' es inofensiva. Chicos y chicas reales que responden a una edad real y se relacionan como mejor saben, mirándose a través de la pantalla.

Los videochats con desconocidos reúnen un plus para cualquier adolescente: riesgo, rebeldía y emoción.

La suerte está echada. A un lado un menor ávido de sensaciones, al otro una ruleta rusa inversa. La dificultad está en esquivar la bala.

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Y todo esto pasa a dos metros del comedor, mientras celebramos la suerte de lidiar con un adolescente casero.  

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