Los peajes catalanes
Hemos pasado de tener unas autopistas que retenían en el peaje por su propia idiosincrasia a multiplicar ese estrés por mucho, encarecer el viaje a causa del gasto de combustible y, por lo tanto, triplicar la contaminación.
Catalunya instalará placas fotovoltaicas en los antiguos peajes de las autopistas / ACN / JORDI PUJOLAR
Tengo la mala suerte de seguir pagando peajes. Me dirán que es mi responsabilidad dirigirme siempre a territorios en los que se precisa tramos de autopista por los que se debe pagar si uno no quiere dedicarle al viaje más tiempo. Y es cierto.
Está situación va a seguir así hasta el 2039, al menos en dos de los peajes: el de la C-16, la autopista de Montserrat, de Sant Cugat a Manresa (8,39 €), y en la C-32, la autopista Pau Casals, de Castelldefels a El Vendrell (11,59 €). En los otros dos de la C-16, en los Túneles de Vallvidrera (4,55€) y el Túnel del Cadí (12,64 €), la concesión finalizará en 2037. Pintaremos más canas.
Cada uno de estos cuatro peajes tiene características diferentes, aunque todos sean de titularidad de la Generalitat. Por ejemplo, hace 10 años la misma institución pudo acortar la concesión del Túnel del Cadí y, si no convertirlo en gratuito, sí hacerlo mucho más barato. Sin embargo, decidió ingresar directo a sus presupuestos y ofreció la concesión a Abertis que supuso un ingreso de 430 millones de euros y bajar el déficit de aquel momento. Época Artur Mas y Mas-Colell.
Aquella fue una decisión contraria a lo que ahora es una moda. Claro que no existió ninguna campaña de protesta con el claxon, ni de boicot, ni exclamaciones de “Catalunya nos roba”, ni intentos de hacerlo, ni nada.
No soy enemigo de los peajes. Todo lo contrario. Es mucho mejor que las tasas para utilizar una carretera en buenísimo estado de conservación recaigan en aquel que conduce por esa autopista y no en toda la ciudadanía. Parece una forma justa y proporcionada a la hora de pagar.
En estos momentos hemos pasado de tener unas autopistas que retenían en el peaje por su propia idiosincrasia, con un tráfico agobiante en fin de semana y en verano, a multiplicar ese estrés por mucho, encarecer el viaje a causa del gasto de combustible y, por lo tanto, triplicar la contaminación.
Ante este panorama, algo habrá qué hacer y que sea inteligente, porque el ciudadano va a seguir saliendo de fin de semana, y más tras una pandemia. El pasado domingo las colas llegaron a los 17 kilómetros en la AP-7 y todavía no es verano. Lo peor está por llegar. Y es que las decisiones que no visualizan los nuevos problemas que todavía están por llegar son malas decisiones. Y ahí estamos.
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