El confinamiento domiciliar aceleró el imparable proceso de aislamiento social. Cada vez es mayor el número de personas que viven en soledad no deseada: alcanza niveles epidémicos. Imbuidos por los dispositivos digitales, migramos a una realidad virtual con desapego por la vivencia real. El incremento de hogares unipersonales es exponencial. La soledad no deseada pasará factura: riesgo de muerte prematura y problemas de salud mental.
Entretodos
Asistimos a una triste y desdichada realidad, la de llegar a pagar para sentirse acompañado, recibir muestras de afecto y hasta poder sentir el calor de un cálido abrazo. Se crean empresas de alquiler de improvisados amigos; hasta, en ciertas latitudes, de novios postizos, para dar apariencia de una institucionalizada y tradicional normalidad. Incluso en la calle afloran puestos de quienes, a cambio de una propina o limosna, se prestan a dar conversación u ofrecer gentilmente un abrazo, o incluso de forma altruista en un acto de generosa humanidad.
Es la economía asistencial, la mercantilización de la soledad no deseada. El ser humano, por antonomasia, es sociable, y por ello resulta fundamental mantener una tupida red afectiva. Paradójicamente, el mundo digital propende a hacerte sentir solo, aislado y desconectado. Conviene reflexionar sobre la soledad indeseada para evitar una peligrosa tendencia de deshumanización colectiva.