Hoy en día, un gran número de personas sufren algún tipo de trastorno en cuanto a su salud mental se refiere. Padecen de una enfermedad que se hace invisible al no presentarse en una herida superficial o un dolor en el cuerpo. Los síntomas pueden manifestarse en dolencias cardiacas, intestinales, problemas de sueño… pero el factor más grave es la inestabilidad emocional en la que se encuentran las familias y el entorno que les rodea y una elevada desinformación de la sociedad sobre estas situaciones, lo que en muchas ocasiones les lleva a alejarse de su compañía y las condena a la soledad.
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Es muy fácil huir del problema centrándonos en nuestro bienestar personal y no pensar en la ayuda que podemos ofrecer. Como consecuencia del aislamiento, un alto porcentaje de afectados caen en adicciones nefastas que, unidas a su patología, pueden llevar a muchos un trágico desenlace de su vida.
Por ello, el Gobierno recientemente ha incrementado el presupuesto para atender a muchos pacientes que, a causa de sus síntomas previos y la crisis sanitaria, han visto agravada su situación. Sin embargo, considero que es un trabajo de toda la sociedad apoyar e incluir a estas personas y que se deben destinar más esfuerzos y presupuestos a esta pandemia invisible del siglo XXI.