Isabel II del Reino Unido, la tercera en la línea de sucesión al nacer, se convirtió en reina después de la abdicación de su tío Eduardo VIII y la muerte de su padre Jorge VI. Desde entonces hasta ahora, han pasado 70 años en los que la hemos visto como monarca de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Ha superado a su tatarabuela, la reina Victoria, quien reinó 63 años y medio. Dentro de unas semanas también dejará atrás al segundo monarca más mayor, el rey Bhumibol de Tailandia. Para ostentar el título de más longeva, a la reina aún le queda camino por recorrer, ya que Luis XIV de Francia reinó durante 72 años y 110 días. Para alcanzar ese objetivo, tendría que llegar al 2024.
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Parece ser que algunos factores acompañan su longevidad, como una buena genética, una dieta saludable y el comer pocas cantidades; también hay una evidencia científica de que el matrimonio tiene efectos positivos sobre la salud, y ella estuvo casada 68 años; hace ejercicio, camina, y duerme unas 7 horas cada día; tiene una gran actividad mental: lee y escribe su correspondencia, se prepara para audiencias y conversa con muchas personas… Algunos medios afirman que ha envejecido increíblemente bien y que es el paradigma de la salud y el bienestar.
Me cuesta un poco incluir lo que he leído acerca del alcohol que toma diariamente (no creo que entre dentro de una dieta saludable), una práctica muy similar a la de su predecesora, la reina madre. Antes del almuerzo, toma una ginebra con Dubonnet (una especie de vino dulce con hierbas, especias y quinina), con una rodaja de limón y mucho hielo. Un Dry Martini para acompañar la comida, que termina con una copa de vino. Y antes de irse a dormir no puede faltar una copa de champán. Claro que el té negro también forma parte de su mesa, acompañado de unas galletitas de mantequilla o una porción de pastel.
¡Asombroso! No me queda más que desear ¡Larga vida a la reina!.