Si mi primo me dice "el 10 de junio por la mañana haremos la mudanza a la finca" y si un socio me asegura "el 10 de junio por la mañana entraré en la sala y me sentaré en la presidencia del Consejo de Administración", abro los ojos como platos y les pregunto "pero, ¿qué hay del Tribunal Supremo y de los que ocupan esos lugares legalmente?, ¿de no tener ni licencia de obras? y ¿qué hay del Código Civil que, en cierto modo, es parejo a la Constitución porque existe desde 1889 y nos rige como ciudadanos en las cuestiones más particulares?
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Entonces mi socio o mi primo hacen un gesto de desprecio: "¡Bah!" y me reitero oficialmente, y digan lo que digan, ese día estamos allí.
Tal actitud de saltárselo, de estar por encima de todo, es reflejo de tener la mentalidad de hace mucho tiempo y me llevaría a formarme de ellos la peor opinión y, de ninguna manera, darle mi voto para esa o para todas sus demás actuaciones. Y también a reafirmarme en el mundo en que vivimos y a que las leyes estén por encima de todo.
Si hasta para lo más gordo y peliagudo fuimos "de la ley a la ley", ¿voy a secundar a estas alturas del S.XXI a alguien que, para sus actuaciones, no cuenta con la ley, ni con los que imparten justicia según ella, o andan presionando a los jueces a todas horas?
¿Para eso fuimos de la ley a la ley?