Sí, hijo mío, y como no tengo valor para decírtelo, lo hago público a través de esta carta. Sabes que me quedé en paro con 50 años y que tardé cuatro en encontrar otro empleo. Me sentí afortunado porque me ofrecieron un sueldo de 1.500 euros. Gracias a la flexibilidad laboral (yo prefiero llamarla flexibilidad moral), tan demanda por los empresarios, este sueldo ha pasado después de tres años a ser de de 900 euros.
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Como bien sabes, a final de mes llego gracias a tus abuelos, que nos alimentan y nos dan lo poco que tienen. No sé cómo decirte la rabia y vergüenza que siento. Porque sé que eres un chico buen estudiante, responsable y educado. Y te mereces continuar con unos estudios que el día de mañana te permitan encontrar un trabajo con el que ganarte la vida con dignidad, independizarte y formar una familia.
No te mereces el mundo que te vas a encontrar porque, cuando yo tenía tu edad, ya luchamos por una sociedad más justa: primero, expulsando a los dictadores y luego, trabajando para conseguir leyes con las que conseguir eso, una sociedad más justa.
Pero está claro que hemos fracasado porque la sociedad es ahora más injusta y compleja. Los poderosos de uno u otro signo juegan al doble juego del paternalismo y del palo y la zanahoria, y al final, los que estamos en el eslabón más bajo de la sociedad (los que tenemos que trabajar para sobrevivir) estamos como en el siglo XIX, que me imagino que es lo que se pretendía con esta farsa de crisis económica.
Pero todo esto no me consuela porque llega uno de los momentos más importantes en tu vida y no voy a poder ayudarte. Hijo mío, perdóname por no poder ayudarte en este momento. Siento mucha rabia y mucha vergüenza.
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