Practicar emociones es el motor para el cambio, es invocar una coreografía de vientos y poemas de existencia para plantar futuros. Es fascinante que la ciencia mantenga más dudas que certezas. Eso no arruina la actitud que invita a mezclarnos con lo desconocido y turbarnos de nuestra pequeñez para seguir asombrándonos. Es feo ver personajes que no toleran los 'no lo sé' porque a pesar de su estribillo medieval, hay que aprender a resumir los mensajes para sumar motivaciones; necesitamos comprender, dar un vuelo a las cosas, ejercer la curiosidad. No hay tecnología que pare este drama si atendemos solo a efectos y seguimos demonizando a los bichos.
Entretodos
La cultura devora nuestra especie, escribía el físico Lichtemberg hace siglos. Es un desgarro moral esta civilización de la basura, denunciaba el gran Félix Rodríguez de la Fuente, una sinfonía de trampas, precio del culto al plástico, al plomo, al arsénico y luego, al bar. Otro alemán, Schopenhauer, comentó que no solo hay que descubrir la verdad sino extirparla cuando ahoga las aspiraciones de la humanidad.
Perder los ecosistemas no es un problema atmosférico sino político y económico, las ciudades no dan más de si, crecen sin control. Es básica la información: somos cultura y naturaleza y es el respeto lo que nos convierte en el último recurso. Por eso hay quienes siguen empeñados en sembrar cohesión y solidaridad, cultivando una suerte de ciencia ciudadana que reclama visión crítica: mucha gente pequeña, decía Galeano, con capacidad de transformar lo que aún no se valora, como un cuarteto inacabado.
Hemos perdido inteligencias, como el entusiasmo por contemplar, buscamos sin saber qué. Vivir cerca de un parque, pasear por la montaña, no nos sacará de la crisis, pero nos aliviará de enfermedades como la ansiedad o la depresión. En su geometría precisa, respirar plantas es un verso de vida, un arte como la pintura o la escultura. El hecho creativo, generosas cosechas de sensatez y delicia en medio del cada día.