Los jóvenes en España que ni estudian ni trabajan alcanzan cifras muy preocupantes. Los estudiantes de ESO repetidores ocupan un destacado lugar, lamentablemente, en los países de la OCDE. No cabe duda de que ello repercute gravemente en su incorporación al mercado laboral, cada vez más exigente, que requiere preparación y formación adecuadas. Hace unos años, el 'boom' inmobiliario que precedió a la eclosión de la burbuja actuó de imán para atraer a muchos jóvenes al sector de la construcción y abandonaron prematuramente los estudios. Y de forma similar aconteció en otros sectores como el del turismo y el de servicios.

Ahora, paradójicamente, los empresarios se quejan de la falta de mano de obra, pues los jóvenes son reacios a trabajar como albañiles, camareros, dependientes. Con ello, el número de desocupados va en imparable aumento. Y, a la postre, quienes desean optar por la Formación Profesional, resulta que no tienen plaza o no se la pueden costear en un centro privado.

Es menester dotar de la infraestructura necesaria para potenciar esa formación que es demandada por las empresas. Debe involucrarse a la juventud para el debido sostenimiento del Estado del bienestar y sustancialmente para que puedan desarrollarse como personas, siendo también necesario el compromiso del empresariado en cuanto a proporcionar unos salarios dignos y unas jornadas y condiciones de trabajo que constituyan alicientes para impulsar a los jóvenes a integrarse en el mercado laboral, sin exponerles a una vergonzosa precariedad, al tiempo que se han de fomentar los recursos residenciales con la construcción de suficientes viviendas sociales y una política de alquileres sensata.

Una juventud sin salida constituye un endémico problema social. Debemos evitar que los jóvenes ni cursen estudios ni trabajen, se pasen horas y horas ociosas en los videojuegos y se dediquen sistemáticamente el fin de semana al macrobotellón.