En mayo del 2011, se iniciaron protestas masivas en Catalunya para reprochar los brutales recortes en sanidad y educación que estaba poniendo en marcha el Govern de la Generalitat de Artur Mas. Poco después, activistas catalanes violentos decidieron asediar el Parlament.
Entretodos
Mas, viendo que las manifestaciones en defensa de los servicios públicos podían hacer caer su Govern, jugó con los sentimientos de la ciudadanía y, explotando el victimismo para no debatir de lo importante, buscó un chivo expiatorio que desviara la atención, y lo encontró en España. A partir de ahí forjó una gran mentira manipulando agravios reales e inventando otros que, en tiempo récord y con la ayuda del PP de Rajoy, logró duplicar el número de ciudadanos independentistas a costa de crear un adversario donde no lo había.
La receta es tan vieja como la política: encontrar un enemigo común que acalle la disidencia (Argentina y Las Malvinas, Franco y Gibraltar).
Siendo España uno de los países más descentralizados del mundo, la ciudadanía catalana debería reflexionar sobre quiénes y por qué les han traído hasta aquí.