Alcanzábamos la mayoría de edad y nos prometieron que en septiembre comenzaría la mejor etapa de nuestras vidas. Elegimos el camino que queríamos seguir casi a ciegas, temerosos, luchando por un número que poco importa ya hoy. Y la felicidad de conseguirlo nos alegró el verano a todos aquellos jóvenes de pensamientos utópicos que creíamos que, con esfuerzo, llegaríamos lejos en lo que nos propusiéramos.
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Desde luego, fue una etapa intensa. Es verdad que nadie nos había prometido que fuera a ser fácil. Nuestras familias y el Estado invirtieron en nosotros. La jornada completa de los que trabajábamos en verano y los 'canguros' durante el curso nos pagaron los billetes de ese tren que siempre llegaba con retraso. Sorteábamos cada semestre con unos cuantos pájaros en la cabeza de menos, pero afrontamos el último con la ilusión renovada gracias a nuestras primeras prácticas no remuneradas.
Graduación y a volar. Y vaya si volamos, en mi caso a Suiza, porque por muchos aeropuertos que tenga España, ya sabemos que en la mayoría de ellos no hay vuelos. Y por muchas empresas que existan, parece que nuestra generación tampoco puede entrar en ellas. Más tarde o más temprano, para los que volvimos y los que se quedaron, llegaron las segundas prácticas. Y las terceras. Y las colaboraciones. Y, para los más afortunados, los contratos formativos. Para el resto, el vacío. Ese vacío que hay entre los convenios con la universidad y los tres años exigidos de experiencia que no hemos podido conseguir.
Superamos, cada uno a su manera, la que tenía que ser la mejor etapa de nuestras vidas. Y la felicidad de conseguirlo nos alegró el verano a todos aquellos jóvenes que, por alguna razón, aún creíamos que con esfuerzo llegaríamos lejos. Años más tarde, algunos han llegado tan lejos que tienen un máster en conseguir el mejor vuelo 'low cost' para volver a casa por Navidad y otros son capaces de dormir nueve horas en un avión. Hemos llegado tan lejos que pagamos cursos de formación para trabajar un par de meses. Hemos llegado tan lejos que debemos esconder que cursamos un máster para que no nos ofrezcan un convenio de prácticas donde inicialmente nos iban a ofrecer un contrato laboral.
Este año hemos cumplido los 24. ¿Hasta dónde hemos llegado? Desde luego, demasiado lejos.