Me encontraba esta mañana de camino a la universidad, cerca ya de una de las estaciones del metro del Eixample, cuando mi mirada tropieza con una pequeña figura correteando por el espacio que separa la acera de la carretera, una visión últimamente rutinaria y cotidiana que, a estas alturas, es incapaz de producirme repugnancia. El animalillo no tarda en escabullirse por uno de los huecos de la alcantarilla más cercana. Sin embargo, su habitual pero momentánea presencia me hace pensar una vez más en que las cloacas y el mundo bajo las calles de Barcelona está infestado de ratas.
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