Al parecer, por fin la Unión Europea se ha dado cuenta de la majadería que supone el cambio de hora dos veces al año.
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Por la latitud que nos encontramos, el día más largo tiene 15 horas y al más corto 9. Por muchos inventos que hagamos esto no variará; por lo tanto, no hay que imponer ni el horario de invierno ni el de verano, sino el horario natural; es decir, el de la hora solar.
Como llevamos dos horas de adelanto respecto a la hora solar, lo lógico sería que, tal como está programado, en octubre el reloj se atrasara una hora y luego no hacer nada hasta octubre de 2019, en el que se atrasaría otra hora y se volvería a la hora solar, de la que nunca se debió de haber salido.