Es incesante el goteo de noticias que nos llega de abusos sexuales cometidos dentro del ámbito religioso. Cualquier abuso de este estilo es grave, y causa mayor escándalo cuando se esperaba un comportamiento honrado y ejemplar de la persona que lo comete.
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Esos hechos nos muestran de forma patente que todos tenemos los pies de barro. El mal está fuera y también dentro de la Iglesia, y hay que atajarlo de forma drástica desde todos los flancos.
Sin embargo, hay una insistencia tenaz en hacer públicos los abusos cometidos en el seno de la Iglesia, cuando sabemos que el mayor porcentaje de ellos se da en otros ámbitos, particularmente dentro de la propia familia. No hay que atribuir especialmente a la Iglesia un mal que es de todos, y todos, la Iglesia por su parte también, debemos implicarnos en su erradicación.
Estos hechos pueden desdibujar la realidad y ensombrecer la labor de tantos miles y miles de sacerdotes, religiosos, misioneros, que nunca serán noticia y que llevan a cabo labores admirables entregando su vida a Dios, y por Él a sus hermanos. Como dice el Papa Francisco, "hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece".