Estas últimas semanas se están poniendo en evidencia las carencias de nuestro sistema de atención a la infancia y la adolescencia, ante la llegada de menores migrantes que llegan sin sus familias.
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Además de echar las culpas a terceros o de organizar másteres sobre el tema, la administración debería saber cómo actuar ante un problema recurrente, que no es nuevo. No sirve la excusa de que son avalancha y nos desbordan. El sistema no funciona, no acepta las innumerables críticas que llegan desde todos los ámbitos. No quiere cambiar. El fracaso con los menores no acompañados es un ejemplo más del fracaso del sistema de protección. Sistema que también fracasa con los menores que sí están acompañados por sus familiares, aunque demasiados técnicos de la administración se empeñen en no respetar esos vínculos.
Falta de garantías de defensa, impotencia ante la administración, arbitrariedad en las decisiones, una organización compleja, poco transparente y privatizada, protocolos insuficientes, demasiadas cosas que obligan a repensar nuestro sistema y necesitan valentía para cambiar lo que no funciona. ¡Empecemos ya!