En la sede de la representación popular por excelencia, el Congreso, se siguen abonando dietas desorbitadas y otros privilegios económicos. Una clase política ya convenientemente remunerada choca con el espíritu solidario que debiera imperar en él, sobre todo en una época en que muchos representados atraviesan momentos muy complicados. Sobre dichos privilegios sus señorías no parecen tener las más mínimas discrepancias, sino la máxima connivencia.
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¿Consideran justas esas cuantías y debieran por lo tanto justificarlas detalladamente ante los ciudadanos, o son un privilegio económico en cualquier época y concretamente en esta en la que muchos de estos ciudadanos no disponen ni para el combustible de su vehículo o pagar el alquiler de una vivienda?
Aun haciendo números al alza es imposible cuadrar unas cuentas que añaden más lujo a su día a día. Pero miran hacia otro lado cada vez que surge el tema, conscientes de que el ciudadano debe atender a cuestiones más importantes como buscarse la vida para comer.