Crecer no es la única forma de superar esta crisis económica, que es de superproducción. La escasez del 'capital natural' se erigirá en la norma fundamental de la actividad productiva y nos obligará a replantearnos una nueva escala de valores éticos, culturales y sobre todo económicos.
Entretodos
Me refiero no solo a nuevas formas de usar el dinero, sino a un cambio más profundo en los hábitos de consumo.
Las catástrofes ecológicas industriales (Fukushima (2011), Kolontar (2010), Golfo de México (2010), Chernóbil (1986), Bhopal (1984), Seveso (1976) y otras más cotidianas como los atascos, el enterramiento de basura urbana, el abastecimiento de agua o la extinción de fauna nos determinarán a valorar los bienes que nos ofrece la naturaleza no solo por su coste de extracción y manipulación, sino también por el coste de reposición.
La parte egoísta de la inteligencia humana, la que es necesaria para la supervivencia, nos permitirá transformar las relaciones de simple explotación y dominio unidireccional de la naturaleza en otras de mutua colaboración y respeto.
En definitiva, se trata de volver a considerar el espacio continuo medioambiente-humanidad como un proyecto sobre el que podamos incidir los ciudadanos y no como algo ajeno que escapa a cualquier control colectivo o político, porque sigue las evoluciones del sacrosanto mercado.
Las actitudes individuales de ruptura con el consumo están bien, pero el reto es grupal. Nos interesa encontrar una solución como especie; es la organización humana la que debe limitar nuestro desarrollo económico y modular nuestras necesidades.
Sabiendo que, en no pocas ocasiones, la reducción de consumo habrá de ser impuesta.