24 de junio de 2016. Londres. Me despierto de repente y miro el móvil. En mi WhatsApp, fotos de mi familia celebrando Sant Joan en Barcelona. Abro rápidamente la BBC y ya no puedo dormir más. Ojos cómo platos. A las 6 se confirma: los ingleses han votado 'brexit'.
Entretodos
Es difícil describir mis sentimientos esta mañana, siento una mezcla de melancolía y decepción. Una decepción profunda en un país en el que llevo viviendo ya 8 meses. No me puedo quejar, Londres es una burbuja, nadie se esperaba los resultados aquí.
Vivo en Camden, un barrio en el que todos los que acudieron a las urnas (75%) votaron quedarse. Las únicas campañas que he visto en la capital han sido todas a favor del sí. Ayer, en el centro de la ciudad, la campaña a favor de la Unión Europea tenía un ambiente festivo. Pegatinas, panfletos y pancartas. Cogí dos y me las puse en la chaqueta. “Aunque no puedas votar”- me dijeron- “que la gente vea tu apoyo”.
El panorama es completamente diferente al salir de la capital. Todo el norte, menos Escocia e Irlanda del Norte, han votado en contra. Las grandes ciudades universitarias han sido la excepción. Pura coincidencia, el fin de semana pasado visité los Cotswolds, la pintoresca campiña inglesa. Para mi sorpresa, habían carteles en contra de la Unión Europea por todas partes. “Granjeros y gente de la burguesía inglesa, todos en contra de la Unión Europea”, nos confirmó de forma resignada el taxista, búlgaro de nacimiento.
Siento profunda pena por un país que ha dejado de creer en el proyecto europeo de cooperación y en el que se ha impuesto el discurso antiinmigración. En un mundo global como el de hoy, no se pueden cerrar fronteras. Se acercan días oscuros para el Reino Unido y la Unión Europea. Esperemos, por el bien de todos, que la incertidumbre se disipe pronto.