El otro día fui a hacer la compra y me pasó algo increíble. El carnicero del barrio, el de toda la vida, se negó a ponerme un kilo de ternera acogiéndose a su objeción de conciencia. Según me dijo, hay que ser muy mala persona para quitar la vida de un ser inofensivo solo por un capricho mío. “Vaya, vaya con el carnicero", pensé yo. "Igual debería replantearse su profesión”.
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Surrealista lo que les cuento, ¿verdad? Pues tranquilos porque no es real. O no del todo. Porque si cambiamos al carnicero por un médico, y al kilo de ternera por la asistencia en el aborto, entonces hablamos de una realidad. Un problema que padecen a diario decenas de mujeres en nuestro país cuando, al acudir al personal público que debe garantizarles la atención primaria, no solo se les deniega, acogiéndose a una cláusula cuando menos discutible, sino que además las cuestiona y las juzga. ¿Acaso no es esto otro tipo de violencia contra la mujer? Y no, la solución no es tan fácil como cambiar de carnicero…
Afortunadamente, ni todos los carniceros son animalistas, ni todos los médicos actúan así.