"Toda reforma en el teatro comenzará por el fusilamiento de los Quintero", dijo Valle Inclán. Mi interés por el pasado me empuja a, casi siempre, reconocer y admitir eso tan tópico de que “nada hay nuevo bajo el sol”. Incluidas las “paridas” y exabruptos. Ahora toca el dichoso “caso” de los titiriteros convertidos en apologistas de la violencia a través de algo tan, en principio, divertido para los críos como el teatro de Guiñol. Han estallado todos los truenos porque lo que se dice finos, no han estado, ni oportunos, viendo como veían entre los espectadores a un público infantil.
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Incluso reconociendo la exageración de meterlos en chirona sin más -no creo que lo que “hacían” o decían sus muñecos fuese la plasmación de las ideas de los que los manejaban-, tampoco sería el caso de salir en una defensa difícil de los mismos si se quiere ser sensato. Lo de estos granadinos ha sido una burrada, como lo fue la de Losantos aguantándose las ganas de disparar contra Podemos, o, en fin, como suponen las miles de barbaridades que corren, raudas y sin control, en las redes.
Y volviendo al principio, mi ojeada al pasado del día se ha topado con esa frase lapidaria de “don Ramón”, el de las “barbas de chivo” -éste sí que era un excéntrico, y no ese infeliz de las rastas-, dirigidas contra los infelices hermanos de Utrera, a la sazón aún vivitos y coleando. Lo que ignoro es si aquello tuvo consecuencias, desde luego seguro que no tan graves como el de entrar en prisión. Pero sí que nos demuestra, ocho décadas después, el hecho de que los verborreicos e incontinentes verbales y actuantes no son de hoy. Desgraciadamente.