Es bastante triste observar cómo en pleno siglo XXI el ser humano acepta las guerras y cómo día mueren seres humanos de manera cruel, innecesaria e incluso injustamente, sin decir basta ya a estas masacres y absurdos enfrentamientos. También caer en la trampa de defender argumentos de los que se aprovechan de esas guerras y enriquecen su patrimonio. Y es más, son los propulsores de esas guerras. La guerra de Ucrania es un ejemplo de ello.
Entretodos
Estados Unidos, Rusia, la propia Ucrania, la Unión Europa y sobre todo la OTAN crean un escenario bélico en el que están muriendo miles de inocentes con el único fin de crear una crisis económica que beneficie a los de siempre y a las grandes empresas armamentísticas, de construcción y sobre todo eléctricas y petroleras. Y lo que es peor: generar más desigualdad. Para ellos, la finalidad de la guerra no es otra que acabar con el aumento del poder adquisitivo de la clase media y que esta pueda pensar, que pueda decidir y cambiar gobiernos, crear verdaderas democracias.
Son capaces de inventarse guerras con motivaciones religiosas, políticas, independentistas, separatistas y anexionistas. Pero la realidad es que todo esta preparado, calculado. Como la guerra de Yemen, como los “golpes de estado” en países africanos con gran riqueza de materias primeras. Como la guerra de Irán e Iraq, con intereses petroleros y de gas. Dejémonos de hipocresías, la gente que sufre la guerra no la quiere.
Todos somos perdedores, pues en las guerras nadie gana, salvo los que las han provocado para aumentar sus intereses y para acallar a esa clase social que lo único que quiere es democracia real y mejorar su estatus social.