Siempre me ha subyugado el arte de la necrológica, una de las ramas más bonitas del periodismo. Una necrológica es una filigrana que suele ensalzar la figura del finado, a la par que reconforta a la familia. La viuda, los hijos, los hermanos, la parentela en general del difunto o difunta, quedan eternamente agradecidos. Y el periodista ensancha de manera colosal su cartera de amistades y adquiere mucho prestigio. Una variante muy entretenida de este arte es la necrológica en vida. ¡Ah! Es una forma de divertimento ingenioso, útil, y la mar de positivo, porque finalmente el muerto está vivo y en lugar de quebranto y de dolor, finalmente hay alegría. Y el fallecido puede asistir a su propio funeral y disfrutar viendo cómo le quieren sus familiares y amigos.
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