Hasta ahora Donald Trump ha sido el ejemplo extremo de lo que se conoce como el candidato de teflón: alguien que, haga lo que haga, diga lo que diga y sea criticado cuanto sea criticado, sale ileso. El hombre al que repudiaron incluso los republicanos cuando hace poco más de un año osó cuestionar la heroicidad del senador John McCain, que fue prisionero de guerra en Vietnam, diciendo que a él le gusta “la gente que no fue capturada”, ha llegado a ser nominado candidato presidenciable. Pero quizá por esa candidatura sin vuelta atrás, el vaso que deberían haber colmado ya muchas de sus bárbaras gotas y que hasta el momento ha parecido tener cabida infinita da señales de rebosar. Y lo está llenando la indignación por sus críticas a Khizr y Ghazala Khan, los padres de un soldado musulmán muerto en 2004 en Irak, que le ha obligado a ponerse a la defensiva como nunca antes.