Discurría con cierta placidez la tarde, dentro de lo que cabe, y de pronto me encontré en ‘Todo es mentira’ (cadena Cuatro) un primer plano de Celia Villalobos escupiendo bilis por los labios. Se estaba encarando, en la distancia, contra Pablo Iglesias. Me parece muy bien. Toda persona, sea política o criatura trashumante, tiene derecho a discutir, rebatir, confrontar, las ideas del contrario. Pero la señora Villalobos metió también a los hijos del señor Iglesias en su enjuague salivar, esos niños pequeñitos que nacieron delicados y que cuentan ahora con apenas 4 años de edad. «¿Y los niños? ¿Están bien los niños? Si hace falta voy y te echo una mano para cuidártelos, que tu mujer te hace muy poquito caso», aullaba Villalobos causando en el plató un regocijo general. ¡Ah! Cuanta infamia. Usar a los niños en un discurso emponzoñado es una de las bajezas más grandes. No estoy aquí defendiendo a Pablo Iglesias. No necesita mi defensa. Estoy intentando defender un oficio, una profesión, un modo de hacer televisión que no sea repugnante. Nadie le reprochó en aquel plató a Celia Villalobos tanta mezquindad. Todo lo contrario, le reían ‘la gracia’. Permítame la señora Villalobos que le mande desde aquí un consejo con buena intención, y gratis: la próxima vez que vuelva a la tele, procure llegar escupida de casa.
Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: Ese modo infame de escupir de Celia Villalobos
Celia Villalobos, en ’Todo es mentira’.
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