crónica

MGMT, juguetería pop alucinógena

El grupo neoyorquino desarrolló su neopsicodelia en un Razzmatazz con las entradas agotadas

Andrew VanWygarden, uno de los cabecillas del grupo, en Razzmatazz. / ÁLVARO MONGE

Las manufacturas neopsicodélicas de MGMT triunfan: el jueves, el grupo de Brooklyn agotó el papel de la sala grande de Razzmatazz, que se llenó de un público juvenil y entusiasta, con ganas de participar de la construcción de un éxito colectivo. MGMT debutó en Barcelona en el Primavera Sound del 2008, y el de la otra noche fue su estreno en una sala. Hubo dinámicas melódicas alucinógenas, rock progresivo de bolsillo y golosinas electro-pop en una actuación con muchos altibajos.

MGMT dieron a entender con su primer disco, Oracular spectacular, que andaban en busca de pop soñador y a la vez robusto, capaz de fundir el estribillo el falsete con la base rítmica de groove rockero. Su relevo, Congratulations, refinó la propuesta con una especie de space-pop de juguete con aptitudes para el paisajismo y que no disimulaba su dependencia de los clásicos de la psicodelia. A este menú, en directo, le faltó algo de garra; a veces parecían una versión un poco pirada de Air, o unos The Flaming Lips de salón, o una puesta al día moderna del rock sinfónico blando de unos Camel.

Se presentaron en formato de quinteto, con sus dos cabecillas, Andrew VanWygarden y Ben Goldwasser, diluidos en una puesta en escena que evitaba los protagonismos personales y desviaba la vista hacia la enorme pantalla de vídeo. Tocaron siete canciones del primer disco y otras siete del segundo, más un par de curiosidades: Destrokk, del epé Time to pretend, y una versión de Only a shadow, del oscuro grupo británico psicodélico de los años 80 The Cleaners from Venus. Aunque, en la pista, había predisposición a la euforia, el repertorio dio una de cal y otra de arena, y los subidones se produjeron, sobre todo, en los momentos más pop de Oracular spectacular: Time to pretend, Weekend wars y, en la recta final, la esperada Kids.

NEOSINFONISMO / El grupo fue dando giros entre el estribillo inocente, listo para silbar, y artefactos progresivos que daban señal en el detector de metales: It's working podría presentarse a un concurso de homenajes a los Pink Floyd de Syd Barrett (y obtendría buena nota). Flash delirium trajo uno de los mejores momentos con un rock psicodélico de dinámica in crescendo y final seco. Momento de peligro: el lento desarrollo de Of moons, birds and monsters, y el casi cuarto de hora de Siberian breaks, provisto de pasajes acústicos y secuencias atmosféricas visionarias dignas del viejo prog-rock setentero de Yes.

Por fin, Kids liberó tensiones acumuladas, y la nerviosa Brian Eno (homenaje al productor de Bowie y U2) remató el desenlace rumbo a unos bises en fundido con The handshake y Congratulations. Agradable, pero, ¿un punto más de cocción, por favor?