Por la mañana desayunas en un bar del Eixample que pertenecía a un matrimonio gallego y ahora funciona gracias a una mujer china que hace en solitario el mismo trabajo que antes requería el esfuerzo de dos personas. Al mediodía la joven de Filipinas que te arregla las uñas en un centro de estética de Sants te cuenta que ella, a pesar de sus 20 y pocos años, ya tiene dos hijos a los que no ve porque siguen residiendo en su país de origen. Por la tarde vas a ver cómo siguen las reformas de tu futuro piso en Les Corts y encuentras a trabajadores de Bangladesh durmiendo en el suelo. Y para ver la prórroga del Italia-Inglaterra bajas a comprar un par de latas de cerveza al badulaque de Gràcia que sigue abierto un domingo a las once de la noche y quien te las vende es un pakistaní que seguirá ahí al día siguiente, lunes, cuando pases frente al negocio a las nueve de la mañana. Sin salir de Barcelona, y sin saberlo –o sin querer saberlo–, tu dinero puede haber terminado en el bolsillo de organizaciones que, en el mejor de los casos, vulneran los derechos de los trabajadores. Y en el peor, trafican con seres humanos.
Trata de seres humanos
Esclavos del tercer mundo en Barcelona
Los Mossos y la Policía Nacional advierten de que la crisis económica de la pandemia puede acrecentar la explotación de trabajadores
Trabajadoras estéticas de origen asiático atienden a una joven española en Barcelona. /
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