Mutilación genital femenina
Una mujer que sufrió una mutilación genital a los 4 años: "Hubo una fiesta familiar"
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Stop a la mutilación genital femenina: cambiar mentalidades desde el pediatra
Kamaria Balanta (nombre ficticio para mantener el anonimato), en Girona. / MARC MARTÍ FONT
"Mi mutilación fue una fiesta, había baile, banquete y una treintena de personas -todas mujeres- mirando cómo me extirpaban los genitales con una especie de 'gillette' en el lavabo de una casa particular", recuerda Kamaria Balanta (nombre ficticio para mantener su anonimato), una gironense de 30 años procedente de Guinea-Bissau. Solo tenía 4 años y su recuerdo es borroso, pero el dolor que sintió aún es capaz de erizarle la piel: "Fue horroroso, no paraba de sangrar", rememora la también voluntaria de la asociación Valentes i Acompanyades.
La mutilación, además, se la practicó una mujer. Entre el público estaban su madre y su abuela, además de tías y vecinas. "Mi madre no estaba contenta, veía que eso no le gustaba, pero, en cambio, a mi abuela se la veía feliz, reía, me decía que me convertiría en una mujer". Nadie hizo nada para detenerlo: "No se dan cuenta ni se cuestionan esta salvajada, es una tradición y por eso siguen haciéndolo", asegura.
Hermana de 2 años fallecida
Aunque la herida tarde o temprano acabó cerrándose, la mutilación genital femenina le dejó secuelas de por vida. "Nunca he podido sentir placer ni deseo sexual, lo hacen para que la mujer no sienta nada, para que sea solo un objeto y se limite a hacer lo que el hombre le pida". Muchas niñas, como su hermana pequeña, no sobreviven: "La mutilaron cuando tenía 2 años, el corte le provocó una hemorragia muy fuerte, se le infectó y murió". Ella estaba allí, presenciando la agonía de su hermana. Pero eso tampoco sirvió para detener esta práctica.
Esta no fue la única condena que le impuso su cultura. A los 15 años, "cuando todavía era una niña", su padre pactó un matrimonio forzado con el hijo de unos vecinos que tenía 40 años, vivía en España e iba a venir expresamente por la boda. "Fue un intercambio de mercancías, su familia pagó dinero y vacas a la mía, y mi padre les vendió a su hija sin pensárselo dos veces", narra. "Yo quería estudiar, hacer una carrera, ser libre, pero mi padre no me dejó", asegura.
Matrimonio a la fuerza
Sabía que levantar la voz no serviría de nada. "No tenía derecho a quejarme y, si decía que no quería, que me negaba, sabía que mi padre me pegaría". Su madre tampoco tenía ni voto ni voz: "No estaba de acuerdo pero no podía hacer nada, también había sido víctima de un matrimonio forzado y había sufrido mucho", confiesa.
Pero no tuvo otra opción que casarse. Y él la llevó a Girona, donde vivía, a casi 4.000 kilómetros de todo lo que conocía. "Aquí no conocía a nadie, no podía contar con nadie ni entendía el idioma", recuerda, y asegura que "la llegada fue muy complicada". Su marido, recuerda, nunca comprobó que estuviera mutilada: "Ya lo dan por sentado". Pero el amor no llegó. Y ahora, 15 años después, ha decidido iniciar los trámites de divorcio: "Él no contaba con que yo pudiera dar mi opinión y rechazarlo", señala.
La mutilación, que asegura que "está arruinando la vida de muchas mujeres africanas", le ha quitado las ganas de tener una nueva pareja: "No me apetece porque me ha robado mi sexualidad, no quiero volver a empezar de cero". Sin embargo, algún día asegura que le gustaría hacerse una reconstrucción genital.
Su hijo, circuncidado
Ella y su marido tuvieron 3 hijos. Cuando el primero, un niño, tuvo 7 meses, el padre decidió circuncidarle. "Yo no estaba de acuerdo, pero como su palabra valía más que la mía, no pude impedirlo", lamenta. Lo hizo en su casa. El niño, que sufría hemofilia -una enfermedad hereditaria que también tiene su madre caracterizada por una tendencia a hemorragias abundantes- tuvo graves complicaciones por el sangrado, hasta el punto de tener que ser trasladado al hospital Vall d'Hebron de Barcelona. "Estuvo a punto de morir", rememora ella. Con su hija, que llegaría más tarde, no quiso ceder. "Y él sabía que, si la mutilaba, aquí podía ir a la cárcel", asegura. Por último, con el más pequeño, un niño de 3 años, "de momento aún no lo ha hecho, pero sé que algún día lo hará", afirma.
Uno de los momentos más difíciles -por la mutilación- llegó durante el parto, cuando sintió un dolor escalofriante: "Me salía mucha sangre, pasé mucho miedo", recuerda. Pero los médicos, asegura, "me supieron ayudar".
Un perdón que no llega
"No creo que pueda perdonar nunca a mi padre", dice. "Cada vez que hablo con él me pide perdón por todo lo que me ha hecho, dice que no imaginaba el daño que podía llegar a hacerme y yo le intento decir que no pasa nada, pero el dolor es para siempre", confiesa. Su hermana mayor también sufrió un matrimonio forzado y ahora, con su hermana pequeña, que cumplirá 16 años, su padre ha cambiado de opinión: "Dice que no la forzará a casarse porque no quiere hacer sufrir a nadie más" .
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