¡Cállate ya! Dices cada tontería… Y la frase se quedó ahí, grabando un surco en la memoria del hijo. También el rostro de su madre: labios prietos, mirada gacha, un ligero temblor en las manos. El padre hundió la cuchara en el plato, la colmó, tragó y a por la siguiente. Engulló, como siempre que se ponía nervioso. A ella le costó tragar, el silencio era espeso. Diez, veinte segundos. Al fin, la mujer inspiró un poco más hondo y levantó el rostro. Aquí no ha pasado nada, pareció expresar en aquella sonrisa forzada. Una máscara. Se levantó para recoger los platos y la sopera, pero esas manos…
Agua corriente
Un silencio de siglos
La escritora Emma Riverola se pone en la piel de un hombre que debe elegir si reproduce la herencia del agravio
hombre con sopa humeante
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