La integración en Catalunya

Catalanes de origen marroquí: "Crecemos sintiéndonos extranjeros en nuestro país"

El Mundial de Qatar traspasa las fronteras del deporte para los hijos de la inmigración magrebí: "Ha roto el sentimiento de inferioridad y ha sido la excusa para mostrar quién eres con orgullo"

EL PERIÓDICO conversa con cuatro jóvenes nacidos de Catalunya de padres marroquís que narran en primera persona las dificultades para sentirse acogidos en su tierra

Marroquíes / Anna Mas

Elisenda Colell

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Una vez más, el fútbol ha traspasado las fronteras. Las victorias de la selección de Marruecos en el Mundial de Qatar y los festejos de centenares de personas en las calles de pueblos y ciudades de Catalunya muestran lo importantes que son esos triunfos. Muchos de los que aúpan y celebran los goles de este equipo son jóvenes de origen marroquí nacidos en Catalunya que toman como propia la bandera del país africano. ¿Por qué no enarbolan la bandera española? "Desde pequeño sientes que tienes que adaptarte constantemente, que no eres de aquí del todo", relata Mohamed Taibi, un estudiante de 18 años vecino de Manlleu (Osona).

"Para mí el Mundial ha sido una excusa para salir a la calle y mostrar quién eres con orgullo. Desde pequeño lo he vivido con insultos, con rechazo... te acomplejas y te sientes inferior. Con el Mundial esa inferioridad se ha roto", resume Sabeer Lech-hab, técnico de teleasistencia de 25 años. "Es algo histórico que contaré a mis nietos", añade Cheima Eljebari. Sus voces representan las de toda una generación nacida en Catalunya pero que, a su vez, se sienten extranjeros. Y sirven de espejo para cuestionar la capacidad de acogida desde los 90.

"Cuando mi madre iba a recogerme al cole le decía 'no te pongas el velo'. Me daba vergüenza porque sabía que la gente lo vería y se reiría"

Una de las imágenes más icónicas del Mundial de Qatar, que incluso se ha replicado en un grafitti en Barcelona, es la del jugador marroquí Achraf Hakimi dando un beso a su madre. "Para mí eso es muy importante: cuando lo vi me acordé de inmediato cuando mi madre iba a recogerme a la escuela. Yo le decía 'mamá, por favor, no te vistas así, no te pongas el velo'. Me daba una vergüenza extrema porque sabía que la gente lo vería, se reirían... no podía aguantar lo que pensarían. Que este jugador lo haga ante todo el mundo, para mí es revolucionario y hace que te sientas orgulloso de quién eres", cuenta Cheima Eljebari, la menor de una familia de cinco hermanos cuyos padres emigraron desde Marruecos en la década de los 90. Tiene 27 años y trabaja en los servicios sociales de Montgat (Maresme), y está haciendo una tesis doctoral en la UAB sobre cómo las desigualdades sociales influyen en la educación.

Cheima el Jebary, una joven de 27 años, la semana pasada en Masnou. / Anna Mas

Diferencia escolar

Ella se pone como ejemplo para explicar que el rechazo de la sociedad catalana lo empezó a notar en la escuela. "No te diré que tuve una infancia infeliz. Pero sí sientes desde pequeña esa violencia, esas risas. El sentirte distinto siempre. Me escondía en el coche de mi padre para que la gente no viera quién era mi familia", explica Eljebari. Ella nació Barcelona, pero su infancia la pasó mayoritariamente en Sant Pol de Mar (Maresme). Mohamed agradece formar parte de la fundación Impuls: "mis padres no me podían ayudar con los deberes, esta entidad ayuda a que podamos seguir estudiando"; comenta. Como Reda, que dice que gracias a los 'casales' por las tardes tenía apoyo académico.

"Éramos los únicos hijos de inmigrantes magrebís en el cole. Claro que te sientes distinto y desplazado. Por los profesores y por los alumnos", sigue. Una historia que repiten Mohamed Taibi y Sabeer Lech-hab. El primero cursó la primaria en Sant Joan de Vilatorta (Osona) y el segundo en Martorelles (Vallès Oriental), pueblos pequeños donde, en los 90, la inmigración marroquí era excepcional. "Lo de 'moro de mierda, vete a tu país'... es un clásico que ahora ya no me afecta. Pero la primera vez que me lo dijeron, yo inocente, respondí que este era mi país. Luego entiendes que no hay que responder, que ellos lo piensan y ya está", dice Lech-hab. En cambio, Reda Benkhajou, que llegó a Badalona cuando apenas tenía un año, cree que vivir en la ciudad es distinto. "En mi cole éramos unos cuantos como yo, y eso te da cierta seguridad", comenta el chico, de 29 años.

"Haces lo posible para encajar. Porque en casa había un mundo y fuera era otro"

Una vida intentando encajar

Los cuatro han crecido con miradas de recelo, con la sensación de no encajar. Están completamente inmunizados ante el racismo más invisible. "Aceptas que te has construido, que has crecido, intentando encajar constantemente: yo me acuerdo que en el cole hacían comidas con los niños y nadie compraba comida 'halal' para mí. O el miedo que me daba ponerme la túnica tradicional... haces lo posible para encajar. Porque en casa había un mundo y fuera era otro... Pero al final, por mucho que quieras parecerte al resto, con la cara pagas", asume Tiabi.

Él cuenta que logró liberarse de esa vergüenza en 3º de la ESO. "Me ayudó muchísimo ir a Manlleu, a mi barrio, que todo son familias como la nuestra. No te sientes tan solo...", cuenta. La comodidad de la escuela segregada. Todos tienen amigos catalanes, pero asumen que los más íntimos son con quienes comparten orígenes.

Reda Benkhajou, un joven de 29 años, el pasado jueves en Badalona. / Anna Mas

Pero no tan solo en la escuela han sufrido el rechazo. Todos han sido expulsados de las discotecas. "Te miran el DNI y te dicen que no hay aforo, pero luego los de atrás sí que entran", explica Reda. "Al final, cuando te pasa siempre, entiendes una discotecas no es un lugar seguro y ya no vas", explica Sabeer. Él hace apenas tres meses que vive en Mollet del Vallès en un piso de alquiler con su pareja. "Y lo que nos costó: siempre que llamaba, era oír mi nombre árabe y decirme que ya no estaba en oferta el piso. He estado cinco meses buscando piso y habré hecho 30 llamadas. Solo visité tres pisos", cuenta.

Dos años buscando trabajo

También ocurre en el trabajo. Después del bachillerato y dos cursos de FP superior, Reda tuvo que dejar de estudiar porque en casa necesitaban dinero. "Tardé dos años en encontrar un trabajo por los apellidos que tengo. Y tenía mejor currículum que los otros. El único sitio que me contrató fue porque la gerente era marroquí. Si no hubiera encontrado un empleo decente, a pesar de tener estudios, hubiera acabado trabajando en negro", sigue.

A Cheima, en cambio, lo pasa lo contrario. "En lo social, te quieren para que trabajes con la comunidad migrante. Siento que no se me valora profesionalmente como al resto, yo con los míos y punto", dice. Los recelos se extienden también al ámbito de la pareja. "Estaba con una chica de aquí y su padre le dijo que no quería que estuviera con un estranjero", dice. "Igual que a muchos amigos míos: la madre de una chica le dijo que mi amigo la obligaría a ir a Marruecos", añade Saber. Aunque Reda asume que a sus padres les pasa también lo contrario. "Quieren que me case con una chica marroquí, pero tú no eliges de quién te enamoras", responde.

El drama de la nacionalidad

Mohamed dice que el 80% de su corazón es catalán. Y el 20% son sus orígenes, Marruecos. Oficialmente, y a pesar de haber nacido en el Bages, es ciudadano marroquí. Reda tampoco ha tramitado la nacionalidad española. Saber y Cheima la tienen hace poco más de una década, cuando sus padres también dieron el paso. "Nacemos aquí pero nos toca asumir la nacionalidad de los padres. Es que ni las instituciones te reconocen como ciudadano... y luego te obligan a elegir, o la nacionalidad española o la marroquí, no puedes tener ambas. ¿Esto no te parece violencia?", se pregunta Cheima.

Saber Lech-Hab El Ghoury, joven de 25 años, en Mollet del Vallès, el pasado martes. / Anna Mas

"La sensación es que te ponen una etiqueta permanente. Eres moro, eres musulmán, eres de fuera... y eres delincuente", se sincera Mohamed. Reda bromea sobre el asunto. "Os voy a robar las carteras a todos", ríe. "O te lo tomas en coña o te comes la cabeza y lo pasas mal. Yo paso", asume.

Los chicos están muy acostumbrados a que su presencia comporte bruscos movimientos de apretar el bolso o las carteras. A Cheima, que lleva el velo desde los 14 años, le ocurre algo distinto. "Con las mujeres creo que la etiqueta, la sensación, es de paternalismo y de hacerte sentir que eres ignorante, que no sabes nada, y que todo pasa por tu padre, tu marido y tu hermano. Una vez me quemé por el sol y pensé, pensarán que me ha pegado mi pareja", dice.

"Soy del país que me quiere, que cuando voy allí me siento uno más. Y no es España, ni Catalunya. Es Marruecos"

Éxito tramposo

Pero, en el fondo, son tan catalanes como los que más. "Molaría que la gente entendiera que un catalán también habla darija y lleva velo. Pero no, te obligan a escoger. O lo que has mamado en casa, o lo que ves fuera. Y es una trampa, una trampa absoluta. Igual que cuando te dicen que eres un caso de éxito. Es un fracaso rotundo, porque soy tan catalana como el resto pero ya se asume que no tuve sus oportunidades", se queja El Jebari.

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Es curioso cómo todos ellos se reivindican como catalanes, en mayor o menor intensidad, pero se refieren a ellos mismo como marroquís. "Yo soy del país que me quiere, que cuando voy allí me siento uno más. Y no es España, ni Catalunya. Es Marruecos", insiste Saber. "Claro que agradezco haber nacido aquí, el derecho a la escuela pública, la sanidad gratuita. Estoy en deuda con España y con Catalunya... pero no me considero de aquí. Es muy raro, es como si hubiera inmigrado, sin inmigrar", zanja Reda.

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