Hubo un momento, entre el final del primer confinamiento y comienzos de este año, en el que Frozen, un perro negro, de siete años, en parte galgo y en parte no se sabe qué, habría tenido pocos problemas en ser adoptado. Quienes acuden a lugares como el centro de protección animal de Getafe (Madrid), donde vive Frozen, solían poner pegas ante criaturas como él: buscan una mascota de tamaño pequeño, escasos meses y a ser posible de raza. Pero durante ese tiempo todo fue distinto. “Aquello fue impresionante”, explica Ana Julia Fuentes, una de las gestoras del recinto.
Un país envejecido
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Una niña pasea con su perro. /
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