La consulta está en un bajo de un barrio obrero de València. Es un local recién habilitado, de unos 50 metros cuadrados, de paredes color verde oliva. A la derecha hay un mostrador, donde un tipo alto y musculado, con unos triángulos tatuados en el cuello, se descuelga los auriculares para saludar. Junto a la pared del fondo hay una mesa redonda con dos sillas, donde la tarotista invita al cliente a tomar asiento. Sobre la mesa, ni velas negras ni bola de cristal, lo que provoca que la baraja de cartas del tarot destaque solitaria con cierta solemnidad. El móvil de la futuróloga recibe una llamada antes de empezar la sesión. "Cariño, coge tú las citas, por favor", le pide al chico, que resultará ser su pareja, mientras le invita a atender el teléfono. Nos cuenta que tiene la agenda llena hasta el lunes. Que no da abasto ante tanta clientela ávida de conocer su destino. Su destino, porque esto va de asuntos personales. "Vas a ver como ella es muy buena. Lo acierta todo", nos avisa su pareja. A la vidente y a su colaborador no nos hemos presentado como periodista, para no alterar la supuesta magia que viene. Sí lo hemos hecho como un tipo escéptico y neófito en este asunto que quiere saber "cosas" de su vida. De su vida y algo más.
Videncia
La verdad del negocio del tarot: ni velas negras ni bola de cristal
Dos videntes de València nos ‘leen el futuro’ -y el pasado- y comprobamos los trucos que utilizan para ganar la fe de su clientela
La verdad del negocio del tarot.
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