Viaje al jurásico

Dinosaurios, cuando Teruel sí existía

Hubo un tiempo en que los habitantes de la península ibérica medían 20 metros y a ellos dedica CosmoCaixa la próxima edición de sus exitosos 'live talks'

Cosmocaixa cumple 40 años. Fotos de ambiente. Alumnos de 4º de primaria del colegio Jacint Verdaguer escuchan la explicación del guia FOTO de ZOWY VOETEN / ZOWY VOETEN

Carles Cols

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El corsé del rigor científico ha impedido a CosmoCaixa anunciar la próxima edición de sus ‘live talks’ (miércoles 12 de enero, a las 19 horas) con la misma pegada con la que en 1966 fue anunciado el estreno de ‘Hace un millón de años’, película de la Hammer en la que no solo los dinosaurios compartían época con los humanos, sino que uno de ellos era nada menos que Raquel Welch. El bikini de pieles que lucía en pantalla se promocionaba como el primero de la historia de la humanidad, pero, con todo, ese no era el eslogan más loco del film. “Conozca un mundo bestial cuya única ley era la lujuria”. Ante aquellas osadías podría parecer que la charla que este miércoles mantendrán el paleontólogo Luis Alcalá y el arqueólogo y naturalista Jordi Serrallonga será inevitablemente un bocado menor, pero que nadie se engañe. Promete. Mucho. “Cuando los dinosaurios dominaron la península ibérica”. Ese es el eje sobre el que girará la charla científica. Un filón, sin duda.

Los ‘live talks’ son una exitosa receta de CosmoCaixa. Son conversaciones ‘on-line’, lo cual no impide, previa inscripción gratuita, que la participación del público sea de gran auditorio virtual, en alguna ocasión hasta 1.500 personas, que se dice pronto. Ahí estarán en pantalla, en esta ocasión, Alcalá y Serrallonga, que no tienen previsto presentarse con un bikini de piel de un diente de sable (todo un detalle, por su parte), pero sí con un ‘remake’ de un título cinematográfico posterior a aquel en el que la Welch le quitó el hipo a toda una generación de adolescentes como no lo habían hecho antes, por supuesto, ‘Los picapiedra’. En 1970 se estrenó con idénticas dosis de anacronía y lubricidad ‘Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra’, así que en su conversación Alcalá y Serralonga reivindicarán el papel protagónico que en aquellos tiempos, jurásico medio y cretácico, jugó la península ibérica, patria (perdón por la expresión, pero nunca se sabe si a uno le leen hasta los de Vox) de ejemplares excepcionales, como el dinosaurio más alto de Europa descubierto hasta la fecha, el ‘Europatitan easwoodii’, también el tatarabuelo del ‘Tyrannosaurus rex’, es decir, el ‘Aviatyrannis jurassica’, de pequeño tamaño pero fiero como un Joe Pesci en cualquier película de Scorsese, y, sobre todo, dinosaurios con plumas, un paso evolutivo que Spielberg menospreció en su célebre saga sobre este materia cuestión y que, quien sabe, tal vez sea una de las cuestiones que se aborde en el ‘live talk’.

Dos carteles que, anacronías al margen, mostraron a una generación lo que los Picapiedra obviaban. /

“¿Qué es eso de que un dinosaurio con plumas no puede ser terrorífico?”, se pregunta Serrallonga en las horas previas a la tertulia. Por qué senda transitará la conversación depende de lo que plantee Serrallonga y responda Alcalá, pero también de si el público toma la palabra, pero la cuestión de las plumas no debería quedar al margen, ni que sea para restaurar el honor de uno de los paleontólogos más insultados del mundo, Jack Horner.

Cuando Spielberg abordó su saga jurásica, solicitó la asesoría científica de Horner, un sabio si de dinosaurios se trata. Hablamos de 1993, no del 1966 de la Welch, y el caso es que aquel paleontólogo planteó algunos peros sobre la talla de los velocirraptores (los restos hallados sugieren que no eran más grandes que un pavo de Acción de Gracias) y, sobre todo, le sugirió al director que emplumara la piel de algunos de los animales resucitados en el parque. Ni caso. Se opuso más o menos como lo hizo en los años 20 el superjefe de la Metro Goldwyn Mayer Irving Thalber, a quien alguien le hicieron notar la insensatez de que la escena de una película que estaba previsto rodar transcurriera en la playa de París y él respondió que no iba a cambiar la historia “por cuatro gatos que conocen París”.

Los dinosaurios con plumas fueron la playa de París se Spielberg, un menosprecio, según se mire, a lo que cuentan algunos de los dinosaurios de la península ibérica, como el ‘Tamarro insperatus’, que aunque de tamaño discreto parece que era un carnívoro con algunas nociones de vuelo. A poco que se mira a los ojos a una de esas gaviotas urbanas que cuando cazan y comen convierten las plazas y calles de las ciudades costeras en el sótano de Leatherface, se intuye un poco lo intimidantes que pudieron ser aquellas bestias extintas a finales del cretácico.

Teruel, más o menos hace 150 millones de años. / Dinópolis

La cita con los dinosaurios de la península ibérica es a las siete de la tarde. Se recomienda una mente abierta, ganas de soñar, porque la península que invitarán a imaginar Alcalá y Serrallonga es otra muy distinta, de cuando Cuenca y Teruel, por ejemplo, dos yacimientos paleontológicos maravillosos, eran un vergel en el que nunca faltaba el sustento. Esa, la abundancia de comida, es una de las razones, se supone, del descomunal tamaño de algunos de los dinosauros hallados.

El ‘Lohuecotitan panfafilandi’, descubierto accidentalmente durante las obras de construcción de la línea del AVE entre Madrid y Valencia, es popularmente conocido como el Gigante de Cuenca, y así se le hace justicia, porque medía, se calcula, unos 20 metros de largo. Era herbívoro, lo cual no significa que no pudiera ser temible, pero si se prefiere el ejemplo de un carnívoro implacable ahí está Pepito, el ‘Concavenator corcovatus’ descubierto en el yacimiento conquense de Las Hoyas, un lugar en el que hace 125 millones de años el parte meteorológico cotidiano era el de un enclave subtropical.

Los fósiles prehistóricos eran conocidos por los romanos, pero más que causar sorpresa, tal vez refrendaban la creencia en su rica y loca mitología

Luis Alcalá, a quien el parque Dinópolis de Teruel tanto debe y que desde el pasado julio es director del Parque de las Ciencias de Granada, es, como Serrallonga, una enciclopédica fuente de conocimiento en esta materia, de la que se puede sacar todo tipo de punta. Ahí está, sin ir más lejos, la cuestión de qué sucedía cuando en siglos pasados eran descubiertos los restos fosilizados de algún dinosaurio. La villa que el primer emperador romano, Augusto, tuvo en Capri, exhibía en sus jardines, según Suetonio, huesos de colosales dimensiones, restos de una anterior etapa geológica en la que la isla estaba unida en forma península a la bota italiana. Cabe suponer que eran piezas que no desconcertaban entonces tanto como cabría suponer, pues siempre podían encajar dentro de la rica y extravagante historia de las deidades griegas y romanas, nunca exenta de gigantes. Más difícil fue siglos después para el cristianismo encajar la existencia de los dinosaurios, sobre todo a partir de la publicación de ‘El origen de las especies’ en 1859 por parte de Charles Darwin. La respuesta al reto teológico que suponía la existencia de especies más antiguas que la edad que los textos sagrados atribuían a la Tierra la resolvieron los más tozudos creacionistas con ese ingenio que les caracteriza. Dijeron, y aún dicen, que los esqueletos de dinosaurios son engaños colocados por Dios para poder certificar si los creyentes mantienen su fe como tiene que ser, ciega.

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Por si no ha quedado claro. Miércoles, 12 de febrero, a las 19 horas, a través de los ‘live talks’ de Cosmocaixa. Serrallonga está dispuesto incluso a especular sobre esa fantasía que está sobre la mesa de desextinguir animales antediluvianos, primero los mamuts, y algún día, quizá, de eras anteriores.

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